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Dos chistes bien malos: Ministerio del Hombre y zonas para musicólogos

Carlos Salcedo Por Carlos Salcedo
El abogado y escritor, Carlos Salcedo. Fuente externa
📷 El abogado y escritor, Carlos Salcedo. Fuente externa

Estando el Gobierno empeñado en reducir el aparato estatal, una diputada ha tenido una revelación digna de antología: crear un Ministerio del Hombre.

En serio. En un país donde aún no logramos que funcionen bien los ministerios existentes, se propone añadir otro, para representar al género históricamente dominante.

No es poca cosa: si la propuesta prospera, seríamos el único país del mundo con un ministerio exclusivo para hombres. Mientras otras naciones pierden el tiempo en mejorar servicios públicos y reducir desigualdades, estaremos aquí en la vanguardia de la burocracia parasitaria.

Una innovación que haría que cualquier comité de gobernanza se lleve las manos a la cabeza, de la risa.

Lo irónico es que se plantea en nombre de la “equidad”, como si en pleno siglo XXI el problema fuera la discriminación contra los hombres. En vez de reforzar políticas públicas que incluyan a todos desde los ministerios existentes, se propone crear un órgano paralelo que difícilmente resolverá algo.

Más aún, la senadora de San Pedro de Macorís, en un arranque de creatividad digna de estudio antropológico, propone crear zonas especiales para la colocación de música a “alto volumen”, todo “sin perjuicio de la tranquilidad y seguridad de los ciudadanos”. Una hazaña legislativa: combinar bulla con tranquilidad, escándalo con seguridad y desorden con planificación. Es magia tropical.

Lo que sugiere dicha legisladora es institucionalizar el ruido. Legalizar la contaminación sónica, pero encerrada en áreas específicas. Zonas rosas, donde retumben la música, los motores, las bocinas y los dramas etílicos de la madrugada. Todo bajo amparo en la ley y con posibles fondos públicos, claro está: si algo merece inversión estatal, es el derecho a poner un dembow a 120 decibeles.

Resulta particularmente fascinante que se ignore que ya existen espacios destinados al entretenimiento, con normas, licencias y cierto respeto por la convivencia ciudadana. Pero no: mejor crear guetos acústicos donde la gente pueda romperse los tímpanos, sin consecuencias.

Total, ¿quién necesita paz, salud auditiva o respeto por el descanso cuando se puede tener una esquina oficial para el desorden?

Si un chiste se considera muy malo cuando no genera risa o provoca una reacción negativa, como incredulidad o jadeo, por falta de ingenio, humor, o porque el receptor no entiende la referencia o el juego de palabras, estos son dos de los peores chistes. Para reir, no para llorar.

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