Corría la voz de que el dueño de la finca necesitaba urgentemente un trabajador. La gente había abandonado las faenas del campo y eran escasos los candidatos a ganarse la vida en este tipo de actividades agrarias.
El hecho de que para ser empleado, quien optase por hacerlo, debía someterse a la condición de mudarse a la finca y vivir allí permanentemente, hacía más difícil encontrar personal. Más que un trabajador, se necesitaba una persona de confianza, con cierta destreza en distintos aspectos del trabajo rural. Dispuesta a estar en la finca y cuidarla como si fuera suya.
Cuando ya menos lo esperaba se presentó un candidato solicitando el trabajo, entablándose con el propietario el acostumbrado diálogo de acercamiento: cómo te llamas, cuántos años tienes, de dónde vienes y tantas otras preguntas de interés para el dueño de la finca.
Finalmente llegó a la pregunta central: “¿Qué sabes hacer?”. A la que, sin pensarlo dos veces el candidato respondió: “Yo sé dormir en tiempo de tempestad”. Una y otra vez el propietario de la finca le repitió la pregunta: “¿Qué sabes hacer?”. La respuesta siempre era la misma: “Yo sé dormir en tiempo de tempestad”.
En fin, como necesitaba de una persona, lo empleó, dándole las recomendaciones de lugar. Pero la respuesta del empleado le quedó pendiente de una explicación, que no pudo sacarle a quien se había presentado a solicitar trabajo en un momento en el que no había que perder tiempo para emplearlo, porque lo necesitaba.
Pasaron los días y el dueño de la finca prácticamente se desentendía del campo, pues veía a su nuevo empleado hacer sus faenas con diligencia.
Hasta que una vez, rayando la medianoche, empezó a llover fuertemente y lo que a primera impresión parecía una simple lluvia, de repente se convirtió en tremendo vendaval, vientos huracanados, agua por doquier, relámpagos, truenos.
Al dueño de la finca no se le ocurrió otra cosa que taparse como pudo y salir a toda prisa a despertar al empleado, dando tumbos, agitado por el viento y las aguas. Una vez llegado a la casita reservada para el trabajador en la finca, empezó a golpear fuertemente la puerta, a gritarle y hacer el mayor ruido posible.
Después de un rato, casi decepcionado de su nuevo empleado, el propietario de la finca decidió recorrer por su cuenta los almacenes, los corrales, los chiqueros y las distintas dependencias para poner todo en orden.
Para su consuelo, a medida que iba pasando por los distintos sitios, encontraba todo en perfecto orden: las puertas bien cerradas, con sus debidas trancas, los animales protegidos y achicados, los equipos de trabajo en sus puestos; en fin, todo preparado como si el empleado hubiera previsto la tempestad que iba a haber esa noche.
Se tranquilizó y entonces comprendió la respuesta que le había dado el empleado cuando le hacía las preguntas para contratarlo: “Yo sé dormir en tiempo de tempestad”.
Moraleja: dormir en tiempo de tempestad, de problemas, no es fácil y en el mundo convulsionado actual se hace cada vez más difícil. Sólo hay una fórmula capaz de permitirnos dormir y es el orden en lo que hacemos y en lo espiritual que sólo se consigue teniendo a Dios profundamente en el corazón.
Decían los latinos: “Servaordinem et ordo servabit te” (“Guarda orden y el orden te guardará”). La Cuaresma es una magnífica oportunidad para restablecer el orden en la finca de nuestra vida, para poder dormir sin sobresaltos en tiempo de tempestad.