Mi cara demacrada retrata la demencia inofensiva de los Iluminatis y tiene los surcos cervantinos del Quijote, por donde el tiempo corrió marcándose en ella; por donde ahora entran a jugar los dedos de mis nietos y sobrinos que me visitan, sin sospechar cuándo son cicatrices esos canales, empapados de un sudor que ya secó y fue copioso, siendo el de un obrero más haciendo la mezcla que fraguó un mundo que sin detenerse siguió su rumbo llevándose por igual a las buenas y a las malas personas de poblaciones enteras, trayéndolos a ellos, premiándose con su presencia en un más alto nivel de la espiral de un camino infinito lleno de laboriosas historias inéditas.
Surcos son donde entierro las faltas ajenas humanas de otros sobre las mías, para que por ella la vida discurra lavándolas, asentándolas en el fondo o en las orillas que se cimentan para ser suelos fértiles para otros, si no las arremolinamos con nuestros rencores que no reparan, por lo que enmudeciendo hay que dejarlas pasar, ciegos antes los mirones, sordos antes las murmuraciones, saliéndonos del hormiguero de la comedia humana común.
Más que lo fui para mis hijos, soy para estos pequeños su Quijote, sin Sancho escudero y práctico consejero, montando mi esqueleto sobre el de Rocinante, sin Dulcinea a quien dedicar mis ataques a gigantes, que ni mis hijos ni ellos ven y de mi ríen divertidamente, haciéndome reír también, porque ellos ríen; pero también, porque si no estoy en la realidad, lo estarán ellos y dejo de reír, bajo de mi oxidada lanza y armadura, viéndolos comandar por internet novísimos transportes inter-galácticos que me hacen sospechar que me petrifiqué vivo sin saberlo, queriendo despertar, estando en un lugar distante y distinto de el de La Mancha, puesto por el poeta “en el mismo trayecto del sol” en el Caribe, bajo de medias sombras de matas de cocos y “buen panes” jabillas, almendras, framboyanes… lejos del Duero, bebiendo agua del Yuna, de Blanco, de los ríos Yaques, del Nigua o del Yanigua; cuando no estoy como voy ahora en un bote en la bahía que atravieso entre Sabana y Samaná, escuchando la batalla dentro de una taza de agua de los 7 enanitos contra los demás, y los que nunca se preguntan ¿oor qué no crecen?, o ¿qué debieran hacer para lograrlo?
Para que puedan verlo en el éxito ajeno, sugiero moderar su propio y obsesivo protagonismo; son otros Quijotes, cuando para seguir camino pudieran ser autocríticos, primero que intentan cosechas tardías en un proceso social que se les adelantó, cosa que sugiero ver a dos amigos a quienes entre ellos quiero, a Pelegrin Castillo y a Sergia Galván, distintos entre sí, pero merecedores de llenar otros espacios que el actual, en el proceso donde uno en la derecha, la otra en la izquierda social en la historia del país, donde están entrapándose, ahogándose en la superficialidad y artificios políticos ajenos y su vacío.
Parodiando a Shakespeare digo y pido para ellos, “¡Un amigo!,¡Un amigo!, doy mi reino por un amigo” fiel, agregando que un Rey aunque no esté invicto en la batalla, debe saber morir con su corona en alto, restándole a sus adversarios esa fracción de gloria, si fuera nuestro destino.
Nadie tiene la culpa, es obra de un proceso en el que somos, “Una hoja en la tempestad”, como diría LinYuTang.
“Cosas veredes” Hidalgo Caballero de la Mancha. Nuestro destino en cualquier proceso está escrito con nuestras elección; del mío no me quejo, soy un Don Quijote, vivo, petrificado, viendo la vida que pasa. Pervertido fuera el CID.