La pasada semana, el Senado de la República hizo un reconocimiento a Milton Ray Guevara, presidente del Tribunal Constitucional.
Es más que merecido, y lo puedo decir de primera mano. Don Milton, como afectuosamente le llamamos sus alumnos, fue quien encendió en mi la pasión por el derecho constitucional.
Es un ciudadano con una hoja de servicio público dilatada, comparable con el cursus honorum que definía la virtud cívica romana.
Uno de los más importantes sembradores de un fruto que hoy cosechamos todos: un Estado social y democrático de derecho. Son tantos sus aportes que es imposible embarcarse en el propósito de hacer un listado sin correr el riesgo de omitir algunos.
Tuvo un papel protagónico en la búsqueda de soluciones a graves crisis políticas, como la de 1994; en la actualización del régimen laboral con el Código de Trabajo, con sus iniciativas como senador y, ahora, como presidente del Tribunal Constitucional.
De hecho, ha ocupado posiciones importantes en los tres ejes fundamentales del Estado dominicano: el Poder Legislativo, el Poder Ejecutivo y el sistema de Justicia.
Pero hay un aspecto de su labor que ha sido menos vistoso, pero revolucionario: el docente. Don Milton es maestro de una parte muy importante de los estudiosos dominicanos del Derecho Constitucional.
Además, es una influencia determinante en el resto a través de sus escritos académicos o, como en el caso de mis estudiantes, por haber formado a su profesor. Los grados de separación entre él y los cultivadores del derecho público en el país son mínimos.
Asumió esa labor con responsabilidad, tesón y el propósito de formar, no de indoctrinar. Muchos de quienes hemos criticado algunas de sus posiciones y opiniones jurídicas hemos sido sus alumnos, y hemos podido asumir ese papel en buena medida por las herramientas que nos brindó.
No olvido nunca que en sus cátedras se le veía más satisfecho cuando alguno de nosotros hacía una crítica fundada y razonada a la posición que él manifestaba en ese momento.
A veces los debates públicos han sido duros, como corresponde en democracia, pero el afecto y el respeto han sido una corriente permanente.
Después de todo, don Milton era el maestro de quienes sostenían la tesis y de quienes sostenían la antítesis. Yo agradezco su influencia en mi vida y me sumo al reconocimiento de su tránsito por el servicio público. Enhorabuena, profesor.