Una vez me dijo un veterano colega, a quien sólo Germán Ornes y yo defendimos de una grave desconsideración que padeció cuando Jorge Blanco por una alusión a la primera dama, que “la gratitud no es eterna”.
La ocasión fue su reingreso al favor de ese gobierno, que sazonó con desatinados comentarios contra contertulios de tragos. Recordé la frase, expresada con cierta gravedad griega en la barra del Cantábrico, al ver a varios importantes líderes del PRM animar los frentes de cornetas contra Hipólito Mejía, por motivos de celos partidistas que la intriga pretende vestir de razón de Estado, dizque porque este “defiende y protege” a Danilo Medina de las persecuciones políticas que se vislumbran tras los procesos judiciales que van cercándolo.
Si fuera cierto, vergüenza debería sentir Papá, no porque Danilo no merezca su amistad, sino por inefectivo.
Luis Abinader es presidente porque, a diferencia de todos los demás aspirantes, Mejía fue el único con sentido común y madera de real estadista. Agradecérselo eternamente quizás no, pero respetarlo siempre sí.