¡Dominicanos!
Los dominicanos están claros en lo que no son. Y ese “no son” fue, en buena medida, el fermento de la separación de 1844.
El dominicano no es haitiano. Antes de la independencia duartiana había sido un español abandonado, de la peor manera, a su suerte.
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He visto referencias a la utilización del gentilicio dominicano desde el siglo XVIII, y como no éramos una provincia de España, sino territorio utilizado para quitarse problemas de encima en una negociación con otra potencia (tratados de Ryswick, Aranjuez y Basilea), dominicanos, como hoy, hemos sido desde los días coloniales.
Con un periquito: no éramos haitianos, sin duda, pero había otra nacionalidad de la que nos sentíamos parte.
Habíamos echado a Francia en 1809 para entregarnos en brazos de España; habíamos proclamado la independencia de José Núñez de Cáceres con la vista puesta en la Gran Colombia como madre protectora.
Y en medio del experimento administrativo de la república de los Trinitarios, volvimos a España de la mano del libertador, como había sido reconocido Pedro Santana por las instituciones de la Primera República.
La Anexión hubiera ido muy bien si España no hubiera decidido venir a poner en práctica sus modos y maneras.
Si, en cambio, se limita a mandar dinero, vituallas, armas y municiones… para que hiciéramos y deshiciéramos, quien sabe.
El afán de Buenaventura Báez con la venta, arrendamiento o transformación de la Segunda República en territorio de Estados Unidos de América es difícil, si no imposible, de entender. No me cabe en la cabeza vista la conclusión de la anexión a España apenas unos años antes.
Pero llegó, y con el intento, la guerra de los seis años, un capítulo revelador del espíritu nacional, según Pedro Henríquez Ureña.
La invasión, ocupación y liquidación de la Segunda República por parte de la Marina de Estados Unidos debe de haber dejado claro que aquellos tampoco iban a mandar dinero, vituallas, armas y municiones para que Báez los administrara cuando lo hacía todo para vendernos.
La experiencia, madre del conocimiento, nos enseñó en el siglo XIX que no queríamos ser haitianos, que no podíamos ser españoles como aspiraban muchos, y el siglo XX nos demostró que ser estadounidenses no era un juego. No estamos hechos para la organización, el orden, la disciplina y la subordinación.
Y aquí estamos, dominicanos de tomo y lomo con la responsabilidad de la administración de la Cuarta República más de 152 años después del Grito de Capotillo y 150 de la Restauración de la República, la de 1965 en adelante. Siempre al borde del caos, pero adelante en un raro milagro de equilibrio.
¡Viva República Dominicana, …!
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