En algún momento de mi limitada permanencia en República Dominicana detuve el auto en algún lugar de la avenida George Washington y, por largo rato, desde los incómodos reclinatorios de cemento, contemplé y sentí la intensidad de los diversos matices del azul de las aguas y del cielo del Mar Caribe.
El panorama: Las blancas nubes, apacibles y señoriales, el verdor de las matas de uva de playa y los almendros del acantilado. La dura coraza de piedra salpicada por las cortinas de aguas que elaboran las olas, la brisa persistente, indistintamente suave y agresiva.
Necesitaba ese reencuentro: Mirar hacia nuestra alma y hacernos todas y cada una de las preguntas.
Momentos antes, había concluido la conversación virtual con Ylonca Nacidit Perdomo y José Castillo, integrantes del jurado del libro del año de la firma Eduardo León Jiménez y compañía de la Feria del Libro.
A diferencia de lo que puede imaginarse, un concurso literario es un evento complejo donde concurren factores de extensa naturaleza. Los libros que participan representan en su contenido, su elaboración, su presentación, sus enfoques, una muestra singular del estado espiritual de la sociedad.
De su bienestar o su malestar. Cada libro es un ser vivo que nos habla de glorias y penurias. De sus niveles de grandeza o decaimiento.
Un acuerdo tácito de los jurados fue su disposición de rescatar esos eventos de prácticas que han incidido en la pérdida de la fe pública en su credibilidad. No son pocos los concursos que se han degradado a niveles que autores con ganada buena fama pública han optado por abstenerse de participar debido al descaro e irrespeto con el que se administran.
Conocía a Ylonka Nacidit Perdomo solo por sus escritos. Desde hacía tiempo cada trabajo de su autoría despertaban mi asombro y satisfacción por su contenido, sobriedad, belleza y cuidado impecable en su elaboración.
Me sentía deslumbrado por su sobriedad, elegancia y cuidada elaboración. Una mente refinada y singularmente culta.
A José Castillo le conocía por sus artículos frecuentes en los medios de comunicación. Un acabado intelectual que mostraba un soberano conocimiento de los temas en que incursionaba, muy original, poseedor de una amplia cultura, conocedor minucioso de los temas que escogía, pese a estar sometido al número limitante de palabras que permiten los medios impresos.
La lectura escrupulosa de las ciento once obras que participaron en el evento me provocó desazón y entusiasmo. Varios libros eran candidatos excelentes a ser escogidos. Muchos otros, no tanto. El debate se produjo como debe producirse: una confrontación de ideas, aspectos diversos, argumentos consistentes y bien meditados.
Todos conocen el resultado: el libro ganador, “Las consentidoras” de Tulio A. Matos Rodríguez, una novela impecablemente elaborada, cuyo mensaje es un llamado a la sociedad, al ciudadano, a la conciencia nacional de retomar los caminos de la decencia, de la honradez, del amor por la Patria y las buenas costumbres.
Este libro es un rechazo a la degradación, al irrespeto, al abandono de las costumbres y a la desidia que se ha apoderado de instancias relevantes de nuestra existencia ciudadana.
Es un libro sobre el honor, sobre la decencia, sobre las buenas costumbres, sobre la fuerza y entereza del amor, sobre la familia y sus vínculos eternos como parte de una realidad que nos trasciende y enaltece como seres humanos y como dominicanos.