En el discurrir de la existencia de los pueblos, siempre pesa la historia, cuyos relatos pueden inclinarse por ser verdad, o mentira.
De antaño, los más débiles han sufrido la imposición de patrones de difícil aceptación, con hechos y personajes incomprendidos en ocasiones, y hasta difamados.
Desde el punto más extremo al norte, en las frías aguas del océano Glacial Ártico, hasta las remotas islas Diego Ramírez, lo más extremo apuntando hacia el Polo Sur; y desde Santo Domingo hasta Tokio, a través de los siglos la historia de los pueblos a nivel mundial se ha escrito con distorsiones. Es una realidad.
Los acontecimientos que registra la historia siempre se han narrado en forma acomodaticia, con informaciones muchas veces manipuladas, y siempre en defensa de intereses muy particulares.
El poder político y económico lleva a las masas el mensaje condicionante. Y en ello, deformar y desvirtuar la historia es una condición ‘sine qua non’.
Constituye una verdad de a puño que imperios y/o regímenes de fuerza se han confabulado con las religiones y sectores retardatarios en interés de hacer cumplir los hechos históricos y acomodarlos a intereses muy particulares.
Más que ficción, el concepto de historia como tal tiene que ver con investigación e información.
De lo contrario, asistimos a imposiciones por el mero interés de querer avasallar. O hacer cuentos.
En nuestros días, vemos que Rusia se apodera de Crimea, estratégico territorio de Ucrania; China aprieta cada vez más al Tibet; Gran Bretaña no suelta Las Malvinas y el Peñón de Gibraltar; Marruecos con tropas destacadas en el Sahara Español; Estados Unidos sojuzga a Puerto Rico.
Y las bases militares de los imperios siguen en los cinco continentes. Cada cual tiene su versión de los hechos, muchas veces con la distorsión en primer plano.
Son alto conocidos los controles estrictos puestos en práctica en los sistemas de enseñanza de regímenes dictatoriales por parte de estamentos estatales, con el conciliábulo de religiones y enclaves económicos.
No ha sido la excepción las formas y maneras en que se han narrado y escrito los acontecimientos históricos en República Dominicana. Y sus personajes, sin importar en cuál sector político, económico o cultural se les ubique, en múltiples ocasiones han sido vilipendiados y sometidos a la maledicencia.
Desde los tiempos de la satrapía de Lilís y hasta el oscurantismo que significó la Era de Trujillo, la trilogía de padres de la patria en República Dominicana fue tema de discusión entre historiadores y aduladores de los gobiernos de turno.
Por poco tenemos a Francisco del Rosario Sánchez como único padre de la patria, por encima de la egregia figura de Juan Pablo Duarte.