Nadie quiere dar el primer paso en forma definitiva.

Nadie quiere apretar primero el gatillo y disparar parte o todo su potencial.

Sin embargo, los aprestatos ya no se hacen esperar y en cualquier momento la batalla diplomática que han mantenido se convertirá en una guerra sin cuartel y con pocos árbitros que estén en capacidad real de lograr un armisticio que deje conforme a las partes en conflicto.

Así se pueden interpretar las relaciones entre el Ministerio de Deportes y el Comité Olímpico.

Esa etapa de confrontaciones parecía cosa del pasado, pero las campanas de guerra han resurgido, tras una pausa de varios meses amenazando con iniciarla.

Lo que menos le conviene al deporte es que los dos organismos que rigen esa actividad sigan con las tensas relaciones que tienen en la actualidad.

Jaime David Fernández Mirabal y Luisín Mejía, como máximos exponentes, deben analizar sus delicadas relaciones, para muchos, la peor de los últimos años.

Todavía se está a tiempo de dirimir las diferencias, porque si se continúa con el actual grado de tirantez, que nadie espere resultados decentes de nuestros atletas en competencias internacionales.