La República Dominicana tiene todavía mucho que aprender en materia de política exterior, una cuestión vital en un mundo global y competitivo como el actual y en el que cada día se ponen a prueba las destrezas y habilidades de los negociadores.
Las potencias mundiales no solo cuentan con profesionales adiestrados en materia diplomática, comercial y consular, sino que, también, en los momentos decisivos en el que demandan de un determinado voto, exigen “lealtad” a sus países “súbditos”.
La Constitución de la República establece que corresponde al Jefe del Estado dirigir la política exterior de la República Dominicana, condicionada a la no intervención en los asuntos internos de otros Estado. La realidad es que, históricamente, la diplomacia nunca ha sido un punto fuerte del país.
La crisis sanitaria provocada por coronavirus Covid-19 puso al desnudo debilidades de la diplomacia dominicana, que no tardó en expresarse. Luego del error estratégico de la actual administración gubernamental de minimizar la relevancia de las relaciones con la República Popular China, tuvo que retroceder ante el líder de las economías asiáticas motivado a la escasez de vacunas para frenar el avance del patógeno.
Hace tiempo que se habla de la carencia de un pensamiento geoestratégico, incluyendo de parte de las élites política y económica, que han jugado a sacar ventajas a cuestiones coyunturales. Lo primero que hay que establecer como punto de partida es que nuestro país, conforme a los indicadores de análisis geoestratégicos, no representa un actor geopolítico de importancia a nivel planetario.
Durante la década de los años 50, más de un lustro después de finalizada la Segunda Guerra Mundial, John Foster Dulles, entonces Secretario de Estado del presidente Dwight D. Eisenhower, proclama que “Estados Unidos no tienen enemigos, sino intereses”.
Estados Unidos, el principal ganador de la referida conflagración mundial, tenía claramente identificados sus intereses imperiales en su propósito de que, una vez surgiera el siguiente orden mundial, como, en efecto se produjo con el desmoronamiento de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS), en 1989; pudiera liderar, con poder hegemónico, el naciente paradigma.
Entonces, la pregunta obligada sería, ¿Quiénes somos geopolíticamente en la República Dominicana? Dudo mucho que la llamada a ser la masa crítica dominicana haya hecho el ejercicio de abordar a profundidad esta cuestión en función del interés nacional.
Hay que estar claros en que la formalización de las relaciones diplomáticas y comerciales con la República Popular China le abrió un nuevo escenario geopolítico.
Aunque teóricamente, el gigante asiático le puso a disposición un potencial mercado de 1,400 millones de consumidores que impactaría positivamente en varios renglones de la economía; carteras de financiamientos y programas de cooperación; instalación de empresas que generarán empleos; así como el acceso a organismos y órganos internacionales.
Esto ocurre en momentos en que se observa una aparente desaparición de la fase hegemónica en el escenario global de parte de Estados Unidos, y en el que los chinos navegan con un enorme potencial de influencia.
La invitación no va en la dirección de disminuir las relaciones con los Estados Unidos; es y seguirá siendo el principal socio comercial.
La idea es no olvidarse de los chinos.
Indudablemente que a partir de las lecciones diplomáticas que ha dejado la crisis sanitaria, en el sentido de que siempre hay que saber identificar al aliado estratégico en un momento determinado, la República Dominicana debe ejecutar una política exterior prudente, inteligente y con criterios estratégicos para la defensa del interés nacional.