Cuando se piensa en Colombia, se recuerda a Gabriel García Márquez y sus personajes acaban saliendo del imaginario de ficción para formar parte de los recuerdos de nuestra vida.
O en la red de cafeterías Juan Valdez, que desde 2002 nos vende el aromático negocio de que compramos el café a la Federación de Cafeteros de Colombia. Hay guerrilla y narcotráfico, pero hay telenovelas, librerías y artistas.
Antes de aplaudir la estrategia anunciada por el presidente Danilo Medina sobre convertir “las relaciones exteriores en un instrumento efectivo para el desarrollo social, económico y cultural de la República Dominicana”, me pregunto qué oportunidades tenemos para posicionar nuestro país lejos de los negocios ilícitos, el turismo sexual, la inseguridad ciudadana, el país-estrella de la vagancia tropical y la orfandad de renombre en nuestro ámbito cultural.
Los países que aprendieron a mirar hacia el futuro y, por ende, invierten en estrategias integrales y multisectoriales, tienen algunos aspectos en común. Uno de ellos es no dar libre albedrío a la Marca País que tanto impacta las relaciones de confianza entre las naciones. Es el lazo de mutua confianza lo que fortalece las relaciones comerciales internacionales.
¿Tiene que ver la riqueza cultural de un pueblo con su riqueza económica? Los artistas son embajadores naturales de las naciones, tienen más influencia que muchos presidentes, porque el producto de su intelecto llega, a la vez, a la cabeza y al corazón, y sin demagogias ni campañas electorales ni pérdida de vigencia cada cuatro años; no neguemos, pues, que la expresión creativa es un aliado natural de los estados: un puente de longitud inconmensurable.
Un imperdible en el análisis es el reconocimiento de la relación existente entre la diplomacia, la cultura y la Marca País. Tres ingredientes corresponsales con un plan de acción creíble, coherente, representativo, perdurable, que fortalezca el orgullo nacional y el sentimiento de pertenencia.
Reconozcamos que los actores del arte y la cultura fortalecen la imagen de marca de los países y su vigencia es más duradera que la de los funcionarios diplomáticos.
Y, para ser creíbles, necesitamos caer en un estado de conciencia: que construir una imagen de marca sobre un pueblo fantasma deja pérdidas a corto y largo plazo.
Que para arrancar con una política exterior sana debemos primero mirar hacia adentro y fortalecer los pilares de nuestra nación.