La vida moderna está caracterizada por un obsesivo afán de consumismo y perfeccionismo que nos obliga a enrolarnos en compromisos que nos quitan hasta el tiempo de pensar.
En la mayoría de los casos no hay opción: debemos trabajar, dejar los niños a la escuela, ir a la iglesia, gimnasio, etc. Eso es inevitable.
Lo que no es aceptable ante Dios es que una persona haga más de lo que puede o se preocupe por las cosas que sean humanamente imposible de resolver hasta el punto de autodestruirse.
El apóstol Pablo, una de las figuras más influyentes en toda la historia del cristianismo, exhortó a los creyentes a “no inquietarse por nada”, sino a entregar todas las situaciones a Dios en oración y darle gracias (Filipenses 4:6).
Cualquiera que lea este texto, y esté afanado por un problema, podría pensar que Pablo estaba viviendo sus mejores momentos cuando envió este consejo a sus hermanos de Filipo, pero lo cierto es que en esa ocasión debía estar atribulado, puesto que se encontraba preso y en camino a ser asesinado.
Sin embargo, él escogió tirar sus cargas a Dios y como el mismo Jesús lo prometió, según Mateo 11:28, “Dios lo hizo descansar”.
Pero, ¿significa esto que Dios nos quitará los problemas, las cargas, y las tribulaciones, o que debemos desentendernos de nuestras responsabilidades?
En ninguna manera. De lo que se trata es de aprender a hacer las cosas que sean posibles y confiar a Dios aquellas que sean imposibles.
De esta manera aprenderás a recibir aquella paz que sobrepasa todo entendimiento, y que solo Dios la puede dar (Filipenses 4:7).