Desde hacía unos meses tenía curiosidad por oír cantar a Diomary “la mala”. Y más aún después del impacto que causó en los medios su premio Soberano como cantante femenina del año.
Pero no fue si no la noche del concierto que compartió con Danny Rivera, en el marco de la Feria de Proyectos Culturales, en Bellas Artes, cuando pude comprobar la razón del jurado que la seleccionó. Diomary no es solo una cantante, sino un fenómeno de la interpretación vocal, en el mundo de la canción popular dominicana actual.
Su espectáculo es una “performance” de voz, dramatismo y actuación pocas veces vista en el país.
Es la encarnación de La Lupe, por un lado; por otro, la continuación del espíritu festivo de Milly Quezada, o el derroche de sensualidad de Sonia Silvestre, a quien homenajea en sus shows. Diomary “la mala” vino a estremecer y sacudir, como un relámpago, el firmamento de la interpretación vocal de la ciudad capital.
Tiene el diablo en el cuerpo (como dijo Cabrera Infante de La Lupe) y a Dios en su voz. Se tongonea y baila; se desplaza como una pava real y perfora el micrófono con su voz de trueno.
Oía el rumor de su talento y timbre de voz, pero no me imaginé que poseyera tan insólito dominio escénico, y una potencia tan plástica e infinita en su voz.
Es una combinación de las cantantes negras americanas de canciones cristianas y de la gracia de una merenguera caribeña.
Derroche de sentimiento y sensualidad, dramatismo y ternura, humor y coreografía, Diomary tiene el talento suficiente para cantar en cualquier escenario del mundo, con dignidad y esplendidez. Nos representa y tiene talento para proyectarse, y llegar lejos. Posee histrionismo y dinamismo gestual. Su voz es un trueno que estremece el silencio y el vacío. Sus inflexiones guturales y su temblor vocálico dibujan el aire musical del tiempo; conmueve e impacta. Su voz cantora de “feeling” nos deja sin palabras. El alcance de su voz intensa y extensa nos hace llorar y cantar a coro.
Parecería como si estuviera cantándole al desierto, donde no se escucharan sus gritos.
Se mete en el público y lo cautiva. “Performance” y “happening” a la vez, esta mujer despierta a los hombres y enloquece a las mujeres. Solo necesita padrinos y compositores que escriban canciones a su estilo para que pueda dejar una impronta y una memoria en el sentimiento musical de los dominicanos del presente.
En síntesis, Diomary “la mala” hace química con el público y física con sus músicos.
Plegaria y eco, su voz repercute y se proyecta como una sinfonía celeste. El color y la textura de su voz no provienen de la tierra: nacen del espacio, aunque la tierra le provee la energía, cuando se desprende de sus calzados.
Su presencia es la encarnación de una ruptura novedosa, en el marco de una tradición, cuyas fuentes de inspiración la sitúo en Xiomara Fortuna, Patricia Pereyra y Maridalia Hernández, por la energía de su voz y la capacidad de inflexión.
Imbuida de una inspiración no demoniaca como La Lupe, sino divina, Diomary canta y encanta y, a un tiempo, estremece el escenario, con inocencia, chispa y sentido del humor. Su show es una detonación de energía, como si fuera un meteoro que ilumina las noches.
Es una puesta en escena que apela a las nuevas tecnologías para brindarnos un espectáculo inventivo y fantástico.
En una palabra: un cuadro audiovisual capaz de despertar hasta a los muertos, con dignidad y sinceridad insólita. Apuesto a ella.