Quizás verse entre periodistas ha llegado a ser peor que verse entre abogados.
En un país donde es prenda de orgullo machista el número y calidad de hembras que se enamore, endilgarle similar prolijidad con varones a una señora, como argumento para denostarla en medio de un debate sobre periodismo, habla más (y peor) del que insulta que de la injuriada.
Que cada quien haga con su ombligo como pluguiere, porque es asunto íntimo, es solo en parte cierto.
Las intimidades casi públicas revelan el carácter. Y para orientar la opinión pública, mejor bueno que liviano carácter.
(¡Y entre “comunicadores” que el Diablo venga y escoja!). Pero la cuestión es otra… no el fluir de secreciones, sino de transferencias bancarias.
El caso Odebrecht tiene a los protagonistas, visibles o taimados, maquinando estratagemas de ansiada salvación propia.
Y la que más resalta del lance entre el lancero de Rondón y la lanzada estrella rubia, es que el imputado sobornador ha lanzado su rugido: ¡si fuñido yo, a fuñirnos todos!