Al escribir cada día esta columna trato de dejar algún mensaje positivo flotando en el aire, pero confieso que las musas encargadas de brindarme la inspiración necesaria no siempre hacen su trabajo. Por el contrario, ponen piedras en mi camino y en consecuencia se me dificulta hilvanar las ideas.
Contribuye a esta situación la vergonzosa conducta exhibida en los últimos tiempos por la sociedad dominicana, en sentido general.
Parecería que todo el mundo se ha puesto de acuerdo para andar armado y “sobao”, con el dedo en el gatillo, presto para hacer uso del artefacto homicida por cualquier ‘quítame esta paja’ y quien quiera que sea la víctima. A estas alturas del juego, ¿qué importa un muerto más?
Los casos que más han consternado a los horrorizados habitantes de esta roca en el mar que nos sirve como hogar común han sido los asesinatos del alcalde de Santo Domingo Este y del exrector de la Universidad estatal.
Pero tan terribles como ellos debemos considerar los que diariamente dejan víctimas anónimas, identificadas tan solo con un apodo que se olvida en un abrir y cerrar de ojos.
Para estos desheredados de la fortuna no funcionan ni se crean comisiones investigadoras de alto rango, aunque los resultados son iguales.
La conclusión es que vamos en picada hacia una desintegración total, que requiere medidas heroicas y sanciones severas que talvez nuestra generación no ha sabido enfrentar.
¿Es esta la herencia que deseamos dejarles a nuestros hijos? ¿O seremos capaces, en un último esfuerzo, de actuar sin contemplaciones?