A los gobernantes le fastidia la libertad de expresión y la prensa independiente. Le pasa a la gran mayoría de los políticos cuando acceden al poder.
En el llano y la oposición son fanáticos defensores de la libertad de prensa , pero cambian al ser gobierno.
Le paso a Thomas Jefferson. Lo señalo certeramente John Milton en su monumental Areopagítica al denunciar la conducta “de los Obispos”.
Si por ellos fuera les gustaría hasta actuar o moverse sin prensa para que no les molestaren en su tarea de gobernar por “ el bien del pueblo”.
En las sociedades democráticos los frena la Constitución, la separación de poderes, el Estado de Derecho que rige y da garantías .
Las propias convicciones democráticas cuando las tienen, son la ayuda para sobrellevar esa “ carga”. Es el precio: la libre acción de la prensa y los periodistas independientes que constituyen el principal instrumento para que el pueblo ejerza plenamente su derecho a la información, y sepa a fe cierta lo que hacen sus representantes.
Hay quienes no lo aguantan y arrasan. Concretan sus aspiraciones dictatoriales. Y para el dictador lo primero es acallar la prensa y manipular la información que recibe el ciudadano. Es en ese ámbito que hacen lo que quieren: persiguen , meten en la cárcel o expulsan a opositores y disidentes, reprimen, torturan, matan, roban a manos llenas, se enriquecen sin límites y todo tapado, sin denuncias perturbadoras y por supuesto, por el mejor “interés del pueblo”.
Cosa inquietante de los últimos tiempos es la aparición de candidatos que hacen de la prensa, la independiente , el principal blanco en sus campañas electorales. Los medios, los periodistas, para ellos son los villanos. Son los casos de Trump, de Bolsonaro, del salvadoreño Nayib Bukele. Lo serio es que ganaron. Todos ellos llegaron a presidente.
Primera cosa: la propia prensa y los periodistas deberíamos hacer un profunda autocrítica. Una revisión sin prejuicios, de cómo estamos haciendo la tarea y de si hemos cuidado con acierto nuestra credibilidad.
El lado bueno, que por suerte los hay, es que frente a esas “ malsanas” visiones y conductas, están las garantías institucionales. Los otros poderes. El Estado de Derecho. Y eso es lo que ha pasado en EEUU y Brasil, donde los arremetidas de Trump o Bolsonaro tienen limites.
Pero eso no pasa en El Salvador cuya situación, debido a los desbordes de poder, es motivo de denuncia de organizaciones de defensa de las libertades y derechos y de periodistas e intelectuales. Nadie debería mostrarse sorprendido: Bukele lo dijo, lo pregonó. Ganó las elecciones y una de sus banderas era contra la prensa libre.
Desde que asumió comenzó a abusar de su poder para perseguir a la prensa. Investigaciones policíacas, persecuciones fiscales, ataques e insultos continuos a la prensa opositora y a la independiente , a periodistas, a dueños de medios, incluso usando la cadena nacional, desconociendo decisiones judiciales, inventando delitos desde el poder. Con ribetes de terrorismo de estado.
El objetivo, claro, es tener todo el poder en su puño , con algunas cesiones formales de tipo cosmético, si fuere preciso. Seguir el camino que con dificultades transita Nicolás Maduro en Venezuela pese a contar con el decidido apoyo, que ya no pueden disimular, de los socialistas españoles mas sus socios de Podemos y del Papa. Ortega lo ha hecho mejor en Nicaragua, y en Ecuador no lo hizo tan mal, mientras le duró, Rafael Correa.
Y el presidente salvadoreño en ese afán de adueñarse totalmente del congreso, pergeño alguna alianza, que ni con el diablo. El problema fue que la prensa, los periodistas, le destaparon el tarro. Bukele no soportó esa contrariedad y endureció sus ataques en su guerra contra prensa y periodistas.
La libertad de expresión, sin duda, está en peligro en El Salvador. Y cuando la libertad de expresión es víctima es porque sus victimarios pretenden hacer lo que quieran, sin que se los moleste con críticas, denuncias o investigaciones periodísticas o detalles jurídicos. Ni más ni menos que hacer lo que hacen los dictadores.