Todos tenemos la costumbre de pensar lo que otros pensarían, es decir, decidimos lo que pasa por la mente de otras personas sin ser conscientes muchas veces de que en la única cabeza en la que realmente estamos es en la nuestra.
Y es por eso por lo que valoramos los pensamientos y acciones de los demás en base a lo que nosotros somos y pensamos y, en la gran mayoría de los casos, nos equivocamos.
Tener empatía es maravilloso, pero eso no significa ponerse en los zapatos de los demás en función de lo que somos, sino abrir la mente y el corazón y permitir que entren otras cosas, otros pensamientos, ser capaces de entender que los demás piensen y actúen diferentes a nosotros.
Y esa parte no es tan fácil y mucho menos hoy en día en que todos nos hemos radicalizado mucho en nuestras posturas y la máxima de estás conmigo o contra mí es cada día más común.
Lo que quiero decir es que si no nos gusta que los demás decidan por nosotros, nos preguzguen y opinen de nuestra vida, es lo mismo que tenemos que ofrecerles y no suele ser tan fácil como parece.
Pero la base está en el verdadero respeto, no ese de palabra que tan bien queda, sino el que aplicas cuando real y efectivamente te relacionas con otros escuchando, permitiendo que se expresen, sin valorarlos solo en función de tu forma de ver las cosas, sino que puedas entender que no todo es blanco y negro y que otros pueden opinar y sentir diferente y no pasa absolutamente nada.
Lo importante es que ninguna de las partes trate de imponer su criterio a la otra, ser capaces de dialogar desde el entendimiento, aún con posturas totalmente diferentes.
Algo no es bueno porque tú lo creas, ni es lo que las otras personas deben asumir como tal. La vida y las cosas se ven desde diferentes prismas y todos son buenos, aquí lo que debe primar siempre es el verdadero respeto, algo que últimamente no es tan común.
Parece que es más importante tener razón que ser capaces de respetar a los demás.