Leí ayer una rara denuncia de supuesto maltrato laboral en los supermercados contra los muchachos que empacan compras y ayudan llevándolas a los carros.
Es una de esas extrañas situaciones en que quizás las “víctimas” no deseen que ningún Chapulín los “defienda”.
Hace medio siglo, durante tres veranos, fui empacador de supermercado, siendo menor de edad. Hoy como entonces, la mayoría de los empacadores son jóvenes que trabajando cinco o seis horas al día logran ingresos mucho mayores que el sueldo mínimo por una jornada completa.
Si realmente son explotados, deben estar locos porque siempre hay una fila enorme de aspirantes a empacadores. Ignoro sus condiciones laborales, pero dudo mucho que un negocio tan enorme y tan rentable como el de los supermercados, cuyos dueños y administradores no son brutos, necesite exponerse al escarnio por maltratar empleados.
Sin embargo, la denuncia sin prueba alguna publicada sospechosamente merece examinarse, no sólo por el interés social de proteger esos muchachos, sino también para que los denunciantes asuman responsabilidades. Escandalizar espuriamente suele ser rentable…