La confusión de roles es uno de los signos peores del subdesarrollo y la debilidad institucional. Vemos frecuentemente cómo cada dependencia estatal quisiera tener sus propios departamentos de “obras públicas” o “seguridad”, aunque su función sea radicalmente diferente.
Hasta la republicana división de poderes padece por esta equivocación, pues las cámaras legislativas dedican parte de su propio presupuesto a labores propias del Ministerio de Salud o a filantropía y subsidios a cargo de diputados y senadores.
A cada rato ciertos despistados exigen a empresas privadas solucionar problemas que competen a poderes públicos.
El colmo de los colmos lo vi ayer, cuando un sacerdote católico en plena misa opinó que –para ser más efectivos combatiendo la delincuencia— los policías no deben “dar chance” a los sospechosos. Aunque tras exclamar “¡nada de chance!” el capellán Alejandro Cabrera abogó por apresar y procesar judicialmente a los pillos, en el lenguaje cifrado policial “no dar chance” equivale a ejecutarlos o asesinarlos.
Quizás convendría más que curas y pastores hagan mejor su trabajo evangelizador. ¡Ay, Apeles!