El discurso de ayer, con excelencias y falencias, motivó la predecible ola de reacciones que mayormente giraron en torno a frustradas expectativas de lo que cada opinante creía debió decir o hacer el Presidente.
Desde ditirámbicos elogios de áulicos hasta irracionales exigencias –como que paralicen la construcción de Punta Catalina— hubo de todo, igual al mensaje del Jefe del Estado.
Pero extrañamente, tanto apoyadores, críticos y otros, coincidieron casi todos en dar por sentado que la solución de los problemas dominicanos corresponde al gobierno.
Hasta calificados voceros del liderazgo empresarial lucieron como entusiastas estatistas.
Y ello chilla ante la realidad que muestra cómo pese al envidiable crecimiento económico, estabilidad y otros logros, el sector público parece crecer más que el privado.
Aparte de combatir la corrupción pública y privada y acabar con la impunidad, debemos devolver su importancia y protagonismo a la iniciativa privada.
Podemos quizás ir muy bien en muchos aspectos, pero mientras más y más crezca la influencia estatal en la economía, más difícil será arreglar todo lo demás.