Federico Henríquez Gratereaux me conoció “ciruelo”, relató él al comentar mis libros. Aludía a un Cristo dizque milagroso presentado a un viejo sabichoso quien, refiriéndose al leño del cual hicieron la talla, dijo: “lo conocí ciruelo”.
Me alegró muchísimo su Premio Nacional de Literatura 2017 otorgado como ensayista “pensador y analista de la realidad social, histórica y cultural, en la que proyecta su erudición mediante un impecable manejo del idioma”.
Es un reto que gran parte de su obra esté sólo –o naciera— en la prensa, como los textos de Borges reunidos en “Historia Universal de la Infamia” o los de “El Espectador” de Ortega y Gasset, por invocar precedentes.
La Fundación Corripio y el Estado premiaron “su labor literaria de toda una vida”. Don Federico, burlándose de sí mismo, reaccionó diciendo: “… por contradecir a mamá, que siempre me decía que no me ocupara de literatura ni filosofía, ¡que mejor estudiara contabilidad!”.
Henríquez Gratereaux es nuestro moderno Bonó o Moscoso Puello: agudo sociógrafo poseído por musas literarias, especie en extinción.