Nadie sabe; quizás fue así. Llegaron y tras saludarse, con o sin truño, Reinaldo leyó la agenda. Uno que otro carraspeó.
El Presidente de la República y el presidente del partido sonrieron cada vez que alguno les saludó con un gesto de mano o cabeza, pero mantuvieron el rostro casi tan inescrutable como jugadores de póker.
Pese a que dicen fuera del conciliábulo que nunca tratan asuntos relativos a la administración del Estado, una palabra flotó en el aire como la capa de smog que asfixia a ciertas ciudades híper-contaminadas. Como anfibios que respiran bajo el agua, ninguno lució cerca de la asfixia.
El pequeño senador se veía seguro de cuanto ha organizado. El tesorero aparentó dispuesto a rendir cuentas.
La tensión podía cortarse con un cuchillo sin filo, como la mantequilla. Hubo dizque temas ordinarios como las resoluciones de organismos del partido y convocar al comité central…
Pero esa palabra, ese anatema, esa cornucopia de alacranes, ululó ventosa como cosa de espíritus… Oooooooo… Ooooooo… De brecheros hay cuentos. ¡Qué dificultad!