El auténtico liderazgo político y moral de cualquier nación está obligado a trascender lo meramente popular. Parece una contradicción pero no lo es. En las democracias, se llega al poder por el voto mayoritario; pero no todas las decisiones políticas deben tomarse exclusivamente sobre la base de cuan popular o no sean sus consecuencias.
Tenemos innumerables ejemplos. Cada gobierno desde la guerra civil de 1965 ha tenido dos cucos: los pseudo-sindicatos de transporte y cobrarle la electricidad a todos quienes la consuman. Otro cuco es revisar de arriba abajo nuestro régimen fiscal para simplificarlo, desmontando muchísimas exenciones pero también muchísimos impuestos abusivos.
La agenda pública frecuentemente es secuestrada por vocingleros cuya representatividad pudiera cuestionarse, como pasa con grupos financiados por gobiernos foráneos para promover sus intereses; y ningún gobierno se inmuta.
“Menear la yola” (“rocking the boat”) luce poco aconsejable cuando las bases de sustentación política son endebles o frágiles. Pero nunca como ahora luce posible sacudirse el miedo o la prudencia para realmente hacer lo que nunca se ha hecho.
