Es una interesante paradoja que mientras algunos filósofos inteligentes presumen de no entender nada otros estúpidos pretenden impostar saberlo todo.
Ambos extremos revelan una preocupante tendencia, la banalización o trivialización de la sabiduría y la erudición (dos categorías distintas).
Alcanzar el más alto grado del conocimiento en alguna ciencia o arte requiere esfuerzo, inteligencia, curiosidad y humildad, pues debemos estar abiertos siempre a modificar o expandir cualquier idea o dato.
El erudito está un escalón debajo del sabio, pues muchas veces tanto saber le impide la plena consciencia para entender ciertas verdades inmateriales ajenas a la ciencia.
La facilidad tecnológica para acceder a información quizás ha disminuido la capacidad del joven común para el pensamiento complejo sin auxilio de la Internet.
No se si es eso o qué, pero me preocupa que dedicarse al estudio, pulir la inteligencia y cultivar el espíritu, todo lo cual requiere especiales dotes y sensibilidades, en vez de concitar respeto, admiración o cuando menos asombro, comúnmente motiva sólo burlas, chismes e incomprensiones. ¡Ciegos envidian a tuertos!