Al repetir como papagayos que la corrupción pudre nuestra sociedad, muchos dominicanos se refieren únicamente a la pecuniaria.
Creen que robar es sólo cuestión de dinero.
Pero la integridad que admiramos en otros pueblos va fomentándose entre sus niños y jóvenes desde pequeños, con una cuestión que parece muy lejana al áureo tintineo de las monedas.
Se trata de la honestidad intelectual, el respeto por las ideas ajenas y el ejercicio del pensamiento cuando se aplica a la instrucción y la educación.
Entre nosotros, copiarse de un examen, plagiar un trabajo ajeno, robarse párrafos o páginas ajenas sin citar su procedencia, es un vicio tan extendido que pocos objetan ni critican.
Conozco la situación de un profesor que en un grupo de doce estudiantes universitarios detectó siete trabajos finales casi idénticos y tras indignarse justificadamente, preguntó a uno sugerir cómo resolver el tranque.
La respuesta fue:
“Oh profe, dennos un chance, como los AMET…”. Esa penosa falta de integridad casi ni asombra pero explica el pobre estado de la moral ciudadana.