Muchísimos de los ignaros y provincianos votantes que favorecen a Trump constituían hasta hace pocas elecciones el núcleo de la base popular de los demócratas.
Los republicanos, anteriormente vistos como elitistas favorecedores del gran capital, han cosechado el descontento de la inmensa masa obrera desencantada con Obama pese a sus éxitos.
¡Qué paradoja tan enorme! Pese a cuán pésimo porta-estandarte eligieron, difícilmente superable en cuanto indeseable, los temores y aspiraciones e ideas de esa enorme masa que es alrededor de la mitad de los votantes, representan una realidad inocultable que seguirá afectando las políticas estadounidenses por muchos años, independientemente del resultado que ofrezcan hoy las urnas.
Trump será todo lo “bad hombre” que sea, pero la fibra íntima del alma gringa representada por él revela de qué realmente se trata ese país: una gleba simplona cada día más divorciada de sus élites. Eso que ha ocurrido allá puede con peor virulencia afectar cualquier país que cultive tan abismales diferencias entre ricos y pobres. Guardando proporción y distancia, mirémonos en ese espejo.