Sería indignante, si atribuyéramos al desdichado Haití capacidad para comportarse racional o elegantemente, la respuesta de su Senado y algunos políticos ante la asistencia humanitaria que hemos llevado tras el huracán Matthew.
Haití es un territorio cuyo estatus como nación lo desmiente su ocupación desde 2004 por tropas de la ONU y su incapacidad de tareas tan elementales como darse elecciones, por no abundar sobre su constante involución como patético estado fallido.
Por tanto, debemos reaccionar condescendientemente, como el pariente que ayuda a un orate a llevarse la comida a la boca en contra de su propia insanidad, cuando Haiti impuestamente protesta por la presencia de soldados dominicanos custodiando los más de 500 camiones –con víveres, queso, pollo, arroz y medicinas— y equipos para la reconstrucción.
Son realmente “mentalidades maléficas”, como dijo nuestro embajador Rubén Silié, las que de ambos lados de la frontera trafican con el miedo y la ignorancia buscando ventajas políticas en un momento de desgracia. Cumplir con nuestro deber como su vecino menos pobre debe enorgullecernos. ¡Foutre!