Las universidades son por definición elitistas. La etimología latina, comunidad de maestros y eruditos (“universitas magistrorum et scholarium”), y el origen monárquico-religioso de las universidades europeas, hacen indiscutible su característica elitista.
Para enseñar e investigar científicamente, reúnen a ciudadanos no comunes, una minoría selecta y dirigente.
La distinción de los universitarios es académica: la capacidad del estudiante y los atributos del profesor.
Tanto prolegómeno es porque me ha desencantado conocer que el líder revolucionario Amín Abel Hasbún, asesinado por la Policía en 1970 a sus 27 años tras el secuestro del agregado militar de la embajada estadounidense, “encabezó la lucha titánica contra el examen de admisión para ingresar a la UASD, que la convertiría en elitista”. Sus camaradas invocan esa “lucha” como un gran mérito.
Amín fue ingeniero “summa-cum-laude”, dirigente del 1J4 y del MPD, de los pocos líderes izquierdistas auténticamente ejemplares.
Pero la cualquerización del ingreso a la UASD y la laxitud para despachar por baja académica a malos estudiantes, ha sido culpable del caos uasdiano. ¡Qué equivocado estuvo Amín!