El deceso el viernes del obispo Francisco José Arnáiz deja a la Iglesia dominicana sin uno de sus prelados más queridos y admirados.
Culto, buen conversador, de chispeante inteligencia y una admirable prudencia, monseñor Arnáiz fue una benéfica influencia aquí, donde vino desde Cuba en 1959.
Era español, doctor en Teología por la Universidad Pontificia de Comillas y licenciado en Humanidades Clásicas. Este jesuita fue por casi cuatro décadas profesor de Teología del seminario Santo Tomás de Aquino y su rector por 14 años. Reconocido como una lumbrera, llevaba su sabiduría a cuestas de la manera más humilde, por no decir cristiana.
Y, aún tuviera un puro en una mano y una vaso en la otra, creo que nunca nadie por tratarle quisiera menos a la Iglesia ni incubara duda alguna. ¡Descanse en paz!