El 16 de noviembre nos vuelve a recordar la necesidad de cuidar el valor de la tolerancia en sociedades cada vez más inclinadas a la indignación y la crispación.
Hace más de dos siglos ideólogos de la democracia como Locke y Voltaire plasmaron la tolerancia como un principio político que sirvió de base al derecho fundamental de la libertad de expresión, en todas sus manifestaciones.
El valor de tolerancia, que surgió como respuesta a la necesidad de poner fin a conflictos bélicos de carácter religioso, sigue tan vigente hoy como ayer. Locke nos recuerda en su Tratado sobre la Tolerancia que, en nombre de ningún dios, y por ninguna otra razón, nadie tiene el derecho a ejercer violencia contra otro ser humano.
Por intolerancia, en el siglo XXI, millones de cristianos están perdiendo la vida por una supuesta guerra santa, que más bien es demoniaca, porque el odio y la división es terreno del Diablo.
Fruto de la intolerancia, en muchos países, incluyendo occidentales de sistema democrático, se discrimina y hasta se elimina a personas por el hecho de ser “diferentes”: por razones de color, sexo, religión, origen o identidad sexual.
Lamentablemente, la intolerancia también ha resurgido con nuevas caras en la República Dominicana.
En los medios de comunicación se reportan hechos que nos alertan de la necesidad de detener a tiempo ese mal antes que eche raíces.
Insultar a otro porque piensa diferente es intolerancia. Humillar o agredir a una persona por su condición de género o identidad sexual, por lograr ventaja en el tránsito, por un parqueo, por una discusión política, por opiniones o comportamientos diversos a las expectativas personales, son actos de intolerancia que se expresan en discriminación, abusos, venganza, violencia y hasta en muertes.
La tolerancia es un valor moral intrínseco al desarrollo social y espiritual de la humanidad.
Tolerar es aceptar las diferencias como expresión de respeto por el prójimo y su dignidad. La cura para la intolerancia es la comprensión de la diversidad como principio de la vida.
Tenemos que educar en la tolerancia entendiendo las diferencias como riqueza humana y reto para construir, desde la innovación, una sociedad justa que incluya a todos y todas, también a los “diferentes”.