MANAGUA, Nicaragua. Bien podría decir que hace años que no veo a Giovanni di Pietro quien, pese a no ser dominicano, ha terminado por transformarse en uno de los más relevantes críticos literarios del país, con el mayor número de libros publicados y de autores estudiados de manera meticulosa y pormenorizada. Lo conocí hace muchos años y nos tratamos por un tiempo bastante prolongado.
Luis Beiro, responsable de las publicaciones literarias del periódico Listín Diario, me llamó y me dijo en esos entonces que varias personas les habían hablado de mis libros a Giovanni y que “él tenía mucho interés en conocerme personalmente”.
En esos días y como siempre ocurre, apenas unos contados nombres se mencionaban en los diversos círculos como “las estrellas” de nuestro firmamento literario. Yo había optado por mantener una prudente distancia y desarrollar mi existencia al margen de esas cofradías.
La degradación creciente de la práctica política, la búsqueda insaciable de beneficios espurios, una fama sin méritos verdaderos, el amiguismo y la promoción de falsos valores penetraron en los ámbitos de la creación y los daños provocados por la mediocridad, la mentira sistemática y la falsa propaganda aún se perciben en nuestras letras.
En ese, nuestro primer encuentro, me encontré con un personaje maduro, aún joven, alto, de hablar y movimientos muy pausados, muy poco conversador, aunque, ya en confianza, más expresivo y de un conocimiento académico y profundo de las diversas teorías y prácticas literarias. Conocía al dedillo los clásicos universales y los más relevantes escritores de las diversas épocas.
Con los años se desarrolló entre nosotros una consistente amistad fundamentada en la honestidad intelectual. Le entregaba mis libros y él elaboraba sus críticas, de las que yo me enteraba cuando llegaban al público. Nunca le sugerí o insinué una sola palabra lo que de todas maneras hubiera sido una pérdida de tiempo porque di Pietro es indeclinable y su honestidad de pensamiento, se esté o no de acuerdo con él, se sitúa al margen de toda consideración.
“Con rastros de cenizas”, nos dice, “Roberto Marcallé Abreu cosecha un nuevo éxito dentro de la novelística del país. La novela tiene sus preclaros méritos, algo que no podemos decir acerca de las obras de otros novelistas dominicanos”.
“Rastros de cenizas es lo que se denominaría “una novela apocalíptica”. Trata, en efecto, de un futuro, quizás no muy lejano, en que la humanidad termina sujeta a “un nuevo estado de cosas” donde la población es esclavizada y vive una vida presa del constante miedo a una autoridad omnipresente, pero desconocida”.
“En efecto, al final de la trama, el mundo descrito establecido colapsa sobre sí mismo. Es evidente que, al escribir esta novela, Roberto tuvo en mente elementos que tienen que ver con ese concepto del Nuevo Orden Mundial que anda rondando por doquier.
Describe, entonces, la transformación de la isla en un lugar de experimentación, una especie de laboratorio de ingeniería social. A la población se la someterá a una represión total, basada en el miedo. Se impondrá la homologación racial.
No habrá clases sociales, solo una élite local y extranjera desconocida, con el resto compuesto por gente robotizada, sin sentimientos ni voluntad propia. Desaparecerán los partidos políticos y las ideologías. No habrá lugar para las religiones.
Lo que quiere decir que no habrá concepto de trascendencia de la vida” reflexiona di Pietro. “Roberto está tratando de introducir en su obra y en el campo de la novelística del país un tema de cruda actualidad y de superior envergadura (…) El novelista trata de evitar el estancamiento, trata de romper con los moldes de esa novelística ya mustia y superada que no ha dejado de practicarse en República Dominicana y otros lugares”.