Aparte de la salud pública, las consecuencias sanitarias y las tragedias personales y familiares, otro aspecto de la pandemia del Covid-19 aún está por digerirse en la conciencia colectiva: la enorme destrucción de riqueza. Ya comenzó y significará casi seguramente que deberán pasar una o más generaciones antes de que volvamos a conocer los niveles de prosperidad que en las últimas dos décadas hemos dado por sentados.
La OIT estima que en las próximas semanas desaparecerán más de 25 millones de empleos. En Europa, con vastísimos recursos y una resiliencia milenaria probada, el turismo no volverá a iniciarse hasta principios de 2021.
La disminución de capacidad de compra barrerá mercados de bienes raíces, bolsas financieras, industrias, comercios y herirá a la agricultura. La pandemia trasciende cuestiones políticas, nacionales, partidistas y todas las ficciones jurídicas ideadas para facilitar la convivencia y ordenar derechos y deberes.
La riqueza no es sólo aquella que se mide dinerariamente, sino también la cultura y sus aspectos más civilizados: solidaridad, compasión y servicio desinteresado. Ojalá podamos entenderlo…