Alejados de la tormenta de los encuentros y celebraciones del último mes del año, toca volver al mundo real de enero y su relativa calma.
Y es ahí que se hace realidad la expresión que acuño y repito con mucha frecuencia en esta época: “el mundo no se acaba después de Navidad” y a todos nos toca seguir respirando y trabajando y, a muchos, pagar los excesos de las fiestas de fin de año.
Ya sea por el consumo excesivo de alimentos y alcohol, así como los presupuestos que se desbordan por la compra de regalos propios y ajenos, el temido enero es una prueba no superada por la mayoría, pues cada año se padece el mismo dolor de cabeza como consecuencia del derroche y los trasnochos… sin embargo, este dolor dura poco y la mayoría ha aprendido a arreglárselas de tal manera que cada año se repite la misma historia, solo con números de años diferentes… y el círculo se cierra y se vuelve a repetir.
Es tiempo de mirar con ojos críticos y ser más realistas en relación a cómo vamos viviendo en esta sociedad tan consumista, madre del derroche e hija de la inconsciencia.
Nosotros y nuestros hijos seguimos alimentando la bola de nieve de la lucha del todo y de la nada… del deseo de tener todo y no tener nada.
Ahogamos en alcohol la dura realidad que nos tiñe de luto por la ausencia de valores y el avance de una generación acéfala de compromiso y educación… de un mundo de redes sociales que hace más visible el aumento de analfabetos emocionales y funcionales, donde la indiferencia a las reglas elementales de ortografía y de educación es el pan nuestro de cada día.
Esa es una mirada a la sociedad que tenemos… la pregunta es: ¿será esta la que realmente queremos?