MANAGUA, Nicaragua. Cuando leo, con verdadero horror, la terrible historia de la dama portorriqueña que viajó desde Nueva York a República Dominicana a pasar las navidades con quien se presume era su esposo o su pareja y tropezó con una muerte sencillamente espantosa, sinceramente me tiemblan las manos y me digo que, como sociedad, estamos en un momento de terrible complejidad que requiere de soluciones definitivamente drásticas e implacables.
Resulta amargo repetirlo, pero si no se aplican medidas de esa naturaleza y el pueblo dominicano no procura asumir con responsabilidad sus deberes como ciudadanos conscientes de su destino y de la terrible realidad que vivimos al nivel nacional e internacional, pronto ya no seremos un pueblo ni una nacionalidad, sino un amasijo aterrador de desasosiego y de víctimas.
El lobo camina entre nosotros y se pasea despacio con ojos enrojecidos, turbios y feroces, babeando y escogiendo a sus víctimas. ¿Es en eso que nos hemos transformado?
Hay mucho miedo. La inseguridad enseña su rostro aterrado por doquier. Las noticias sobre el dominio creciente de la ilegalidad y el crimen son estremecedoras.
Daría la impresión de que ese pueblo que se enfrentó con las huestes del trujillismo, que peleó contra los golpistas en las montañas en condiciones de desventaja abrumadora y que le hizo frente al invasor en la gloriosa insurrección de abril, ha sufrido una metamorfosis lamentable, ha perdido sus ímpetus y se ha trasmutado en un manso cordero a la espera de que una manada de lobos disponga de su vida y haberes.
La tarea de enderezar nuestro retorcido destino y obligar a que predomine el imperio de la ley es cada vez más compleja y difícil.
Cuando uno tiene noticias de la agresividad de las pandillas de delincuentes, de los salvajes asesinos, transgresores, negociantes de estupefacientes y señores de horca y cuchillo que se pasean, amenazantes, por la barriada de Los Alcarrizos, sencillamente la indignación corre por nuestras venas como un río desbordado y es como para sentirse al borde del colapso. ¿Será necesario, acaso, empuñar otra vez las armas y darles su merecido a estos abusadores antisociales?
La pregunta es qué ha pasado con nuestro pueblo. ¿Qué ha pasado con nuestras mujeres y nuestros hombres? ¿Acaso vamos a permitir que la delincuencia, la politiquería barata, la droga, la criminalidad y la ilegalidad sean las que dicten las pautas?
El pueblo dominicano luce resignado, alicaído, desesperanzado. ¿Se puede comprender que, tras tantas luchas y esfuerzos, tantas muertes y tanta sangre derramada, las componendas de quienes manejan los hilos de la maldad y la perversidad sean quienes lleven la voz cantante? Peor aún, la esperanza de un cambio radical parece alejarse en la misma medida en que el cabildeo, los acuerdos equívocos, la tolerancia ilimitada y la componenda politiquera se nos figuran como el escenario dominante.
Entonces, lo que se impone es un vuelco del paradigma. Debo reiterar que dediqué varios años a la redacción de tres libros que suman más de tres mil páginas, una prolongada meditación orientada a escudriñar nuestros yerros y equívocos y rehacer de forma insistente nuestro torpe peregrinaje.
Los males que nos han agobiado y que han impedido concretar los ideales de nuestros grandes hombres y mujeres, comenzando por Juan Pablo Duarte, están detallados en esos textos. Y el camino, o los caminos a seguir.
La integración de una sociedad como “La Trinitaria” es el modelo aún vigente de apego irrestricto a los principios, pese al tiempo transcurrido. Una organización de gente vinculada por el amor a su Patria, honorable, y en actitud de hacer cuanto sea preciso para rescatarla del oprobio y la degradación creciente. Un ideario y una conducta orientados a liberar nuestra existencia de la bajeza, del oprobio, de la componenda, del crimen, de la depredación y la degradación.
Mientras el pueblo dominicano no piense seriamente en reencaminar su destino, será difícil liberarnos de un estado de cosas en las que la indefensión y la degradación son quienes dictan la decisión final y definitiva.
Ya mismo, y sin tardanzas, es preciso que politiqueros y vende patria, mercaderes sin principios y gente absolutamente degradada sean dejados de lado, apartados, encarcelados, juzgados y condenados de manera implacable.