En la actualidad se percibe que el escenario medio ambiental en la República Dominicana se está sintiendo muy estresado.
La destrucción de nuestros recursos naturales que se viene suscitando de manera inmisericorde y recurrente debe alertarnos seriamente como ciudadanía.
Si no manejamos de manera correcta los recursos que poseemos e incentivamos su conservación, entonces nos estamos auto- infligiendo daños irreversibles y poniendo en alto riesgo la seguridad del Estado.
Para ello, debemos insistir una vez más, acerca de la necesidad de recurrir a una toma de conciencia que coloque la problemática ambiental como prioridad, con acciones y medidas más contundentes; y sobre todo más allá de simples enunciados.
Sabemos que lo expresado anteriormente no es fácil, encierra sus complejidades; dado que el ser humano por su afán irracional, no le importa desviarse del camino; aunque esto amenace su propia existencia. Es por esta razón, que planteamos que el inicio de esta lucha debe realizarse en el interior de la persona, a fin de combatir esa soberbia, gula, avaricia e indiferencia por el medio ambiente.
Nos corresponde como sociedad despertar la conciencia ambiental para que pongamos frenos a la contaminación de las aguas.
Agua, líquido vital que moviliza la vida. Es imprescindible para vivir, pero la contaminamos sin el más mínimo reparo. Sin ella no hay supervivencia, pero matamos y secamos sus caudales. ¡Oh vana conciencia, que se embulla en vivir futilidades, sin enmendar en su autodestrucción! No podemos permitir que se continúe sin reparos, la degradación de nuestros ríos.
Nos concierne despertar para detener la ocurrencia de estos incendios forestales, malintencionados, devastadores y criminales. Incendios por doquier, que consumen todo vestigio de clorofila; acaba con toda foresta que, en vez de tener la oportunidad de absorber la luz solar, sufre el exterminio provocado por un fuego que disipa todo aliento de vida. Remediar sería un gesto de compasión.
Cada incendio forestal que está siendo provocado desde la ruindad del alma, está achicharrando la supervivencia de las presentes y futuras generaciones. Cada quema y tala de árboles que nace de lo perverso, pone a languidecer este dulce paraíso terrenal y amenaza el turismo.
Nos compete movilizar la conciencia para contener la tala y deforestación tan agresiva de nuestros bosques y montañas. Es que llora a raudales, aquello que en alguna ocasión se le llamó bosque.
Llora con desconsuelo, recostando su cabeza pelada en la cima de aquella montaña que dejó de ser verde. Llora con hipidos y suspiros, pidiendo que no le sigan talando, ni pegando fuego a su fecunda pureza de vida.
Permitir que se pierdan cada día nuestros bosques, es dejar escapar la belleza ante nuestros ojos; es arrancar soplos de vida a las futuras generaciones; es causar pulmonía crónica a nuestra casa común; es, en fin, poner en peligro, la virtud de ser un paraíso enclavado en el Caribe. Involucrarnos en reforestar esas cordilleras peladas por la irracionalidad cancerosas de algunos, es un ejercicio fecundo de amor por los demás.
También, nos concierne despertar la conciencia por la acumulación desaforada de tantos desechos sólidos. Solo basta escuchar en cada breve espacio que grita el vientre terrenal por una indigestión severa; se le está obligando a consumir un coctel de sustancias químicas, que provienen de actividades humanas excesivas y constantes, que cada día envenena su dulce regazo vital.
En definitiva, urge despertar el compromiso estatal y ciudadano de no seguir dándonos el lujo cruel, de perder un árbol más, de continuar perdiendo ríos, de vulnerar e invadir alegremente las áreas protegidas.