El filósofo y sociólogo francés Gilles Lipovetsky en su obra publicada en el 1983, titulada: “La era del vacío”, nos presenta una sociedad caracterizada por el debilitamiento de las costumbres, por la aparición del consumo de masas, con temas recurrentes como el narcisismo apático, el consumismo, el hiperindividualismo psicologista, la deserción de los valores tradicionales, entre otras realidades que describe en dicha obra.
Hacemos alusión a dicha obra, en razón de las preocupaciones serias que se vienen externando en la actualidad, por la deserción y pérdida progresiva de los valores en nuestra sociedad; en donde el sentido de la vida y la ética, se está banalizando por un relativismo tan confuso e indiferente.
Esa indiferencia de menosprecio o devaluación a los valores, puede coadyuvar a considerar de manera atrevida, que la virtud y la perversión, son cosas parecidas, o que da lo mismo hacer uso de una o la otra sin el más mínimo reparo. Lo peligroso de este tipo de comportamiento, es que siempre trata de justificar dicha confusión ¨no inocente del todo¨, bajo el alegato de estar obrando en el ejercicio de una llamada libertad; la cual resulta ser falsa de toda falsedad.
Con ese tipo de confusión y normalización del vicio en el tejido social, se destruye la superioridad del bien; y expone al mundo a estar patas hacia arriba, como muy bien lo plantea el escritor uruguayo Eduardo Galeano en su libro: ¨La escuela del mundo al revés¨.
Visto lo anterior, no podemos quedarnos varados en el pesimismo y las lamentaciones, ni tampoco permanecer anclados en nuestros propios confortes; porque esto nos conduciría al vacío y a una angustiosa deshumanización. Ante lo expresado anteriormente, cabe perfectamente la frase de Albert Einstein, cuando señala que “la vida es muy peligrosa. No por las personas que hacen el mal, sino por las que se sientan a ver lo que pasa”.
¿Cuál debe ser nuestra respuesta ante ésta pérdida progresiva de los valores?
Debemos entrar en una sincera reflexión, y asumir estas palabras del artista Joaquín Sabina, cuando “él dice tener ojos y oídos para ver lo que está pasando”. Como sociedad, no podemos continuar invadidos por la irremediable cobardía de no abrir los ojos; ni tampoco cerrar nuestros oídos; y es que “no hay peor sordo que el que no quiere escuchar¨.
Precisamente, ante la indiferencia tan marcada en la humanidad, el papa Pío XI, nos moviliza la conciencia cuando infiere que “el problema mayor de nuestro tiempo no son las fuerzas negativas, es la somnolencia de los buenos”.
En ese mismo orden, el escritor José Saramago en su “Ensayo sobre la ceguera”, nos alerta sobre la responsabilidad de tener ojos cuando otros los perdieron. El asumir la responsabilidad de estar despiertos y activos contribuye a que mantengamos alejados de la sociedad los peligros o gérmenes corrosivos que contaminan la vida de las personas.
De ahí es que, resulta interesante y oportuno, apropiarnos de la fórmula sugestiva de santa Catalina de Siena, cuando nos invita a: “Despertar el perro de la conciencia”. Ella indica con mucha claridad y precisión, que cada vez que abrimos el corazón a la voz de la conciencia, esta nos avisa de los peligros y nos estimula en el camino hacia el bien.
El despertar de los valores nos permite reconocer la fragilidad del mundo y actuar en consonancia para ayudar a transformarlo.
Para ser efectivos en el despertar de los valores, debemos empezar por enfrentar con valor nuestros defectos, buscando la manera más eficaz de superarlos, con acciones que nos lleven a mejorar todo aquello que afecta a nuestra persona y como consecuencia a nuestros semejantes, rectificando cada vez que nos equivocamos y cumpliendo con nuestro deber en las labores grandes y pequeñas sin hacer distinción.
¡Desde la conciencia, propiciemos un despertar de los valores en nuestra sociedad!