La Desobediencia Civil se define como el acto de no acatar una norma que se tiene obligación de cumplir. Un rasgo característico es su ejecución de forma consciente, pública y pacífica, manteniendo una actitud de protesta contra la autoridad.
Este método no debe ser subestimado ni mucho menos desacreditado.
Grandes figuras han basado en él exitosamente sus luchas: Mahatma Gandhi, Nelson Mandela, Martin Luther King…
Según Thoreau, considerado el padre de la Desobediencia Civil, “el gobierno por sí mismo, no es más que el medio elegido por el pueblo para ejecutar su voluntad”, por ende, cuando este deja de representar la voluntad del pueblo se hace ilegítimo y su autoridad desaparece.
Podemos encontrar la figura de la Desobediencia Civil en textos de trascendencia universal. La Declaración de Independencia de los Estados Unidos expresa que “la ley natural le enseña a la gente que el pueblo está dotado por el creador de ciertos derechos inalienables y puede alterar o abolir un gobierno que destruya esos derechos”.
La Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, artículo 35, establece que “cuando el gobierno viola los derechos del pueblo la insurrección es para el pueblo, y para cada porción del pueblo, el más sagrado de sus derechos y el más indispensable de sus deberes”.
En la Declaración Universal de Derechos Humanos, el derecho a la rebelión está contemplado en su Preámbulo: “Considerando esencial que los derechos humanos sean protegidos por un régimen de Derecho, a fin de que el hombre no se vea compelido al supremo recurso de la rebelión contra la tiranía y la opresión”.
El pueblo es el soberano, cualquier autoridad que actúe en su contra es ilegítima. La desobediencia civil no es un delito… es un derecho, supremo y sagrado. Como decía Mahatma Gandhi: “Cuando una ley es injusta, lo correcto es desobedecer”.