Escribe Fernando Vidal (Vida Nueva Digital, 08/11/2020), director de la Cátedra Amoris Laetitia y director del Instituto Universitario de la Familia, de la Universidad Pontificia de Comillas, que “la violencia no deja a Dios ser Dios”.
Toda forma de violencia, discriminación, opresión, humillación, desprecio, son formas de ateísmo. Quien levanta muros en lugar de tender puentes, quien desprecia a otros seres humanos por su origen, color, preferencia sexual o género actúa de la manera opuesta al Buen Samaritano. Ya que la experiencia religiosa -de cualquier religión-es vincular las personas, acercarlas, generar experiencias de cuido y protección, construir juntos caseidad.
La desligión puede incluso afirmar la creencia en un dios. Por eso muchos que se consideran religiosos son llevados a ser desligiosos porque los falsos profetas que los arrean usan vocabularios, símbolos y hasta apelaciones a las escrituras sagradas para que luzcan como reflejo divino, cuando de hecho son proyectos demoniacos.
Para muchos creyentes cristianos la mansedumbre de las palomas los lleva a ser manipulados fácilmente porque obvian el llamado a ser astutos como serpientes. Lo vemos en los proyectos populistas de un Trump, un Bolsonaro o los discursos golpistas de Bolivia del 2019.
Bajo la mampara de discursos provida o contra el matrimonio homosexual, seducen diabólicamente a muchos mansos cristianos para que respalden propuestas autoritarias, políticas criminales contra migrantes, acciones misóginas, atentados contra la salud pública y el deterioro del sistema de educación pública.
Promoviendo el miedo difuso contra un enemigo inventado, impulsan proyectos de gobierno que siembra la miseria y el atraso para favorecer los intereses de minorías codiciosas y subyugar la soberanía de nuestros Estados a los dictados imperiales. Este proyecto geopolítico viene desde los años 80 cuando el Documento de Santa Fe identificó al factor religioso como un medio para manipular a los pueblos y destruir todo proyecto de justicia social.
Vidal afina su definición. “La desligión maltrata a la gente, abusa, mata, tortura, rompe sus amores, excluye, estigmatiza, obliga a presionar a otros, apoya dictaduras, lanza cruzadas, exhorta a prevalecer. Dicen incluso que por el propio bien de la gente.
Las concepciones de dioses violentos eran y son meros reflejos de nuestra ansia de ser dioses del poder”. Por eso detrás de muchas de las personas que empujan esos proyectos de dioses violentos hay un pasado de dolor, sufrimiento, que no fue resuelto amorosamente y que vomita todo ese dolor contra todo el que identifica como causante de su sufrimiento.
“Todos nosotros tenemos una herida original que nos tienta a ser desligiosos. Tratamos de coser con grapas lo que solo la caricia puede suturar. Nos causa angustia vivir con la herida abierta de que necesitamos y queremos amar”.
Detrás de los fundamentalismo, los moralismos, los obsesionados con los ritos purificadores y quienes aspiran a ser puros, tenemos gente con mucho dolor que no ha llorado su pena, que no ha aceptado el perdón profundo del Redentor -no puedo menos que referirme a la experiencia cristiana- y que igual que en el relato del Paraíso han sido convencidos por la serpiente de que serán como dioses.
Quien no se reconoce como pecador salvado por gracia inmerecida no es capaz de amar y ser tolerante con los demás. Y lo que tiene consecuencias desastrosas en las familias y comunidades (recriminación, chismes, exclusión, desprecio) termina siendo un infierno mayúsculo cuando subsume a la sociedad con proyectos políticos y sociales enfermizos bajo banderas pseudoreligiosas. “Tenemos miedo de amar y cedemos a las tentación de empuñar el poder”.
A quienes quieran salir de la desligión deben necesariamente ir al desierto y al igual que Jesús descubrir las tentaciones del maligno y rechazarlas, tal como ocurrió cuando fuimos bautizados. Solo el amor, el cuidado, la protección, la promoción, la tolerancia, el perdón y el servicio son productos de una auténtica religión.
Concluyo con las consecuencias más hondas de la desligión explicadas por Vidal: “A las personas desligiosas no les gusta la laicidad, porque necesitan controlar la vida pública.
Dios se retira para ser visto solo con el corazón, mientras que los desligiosos necesitan deslumbrar con su fuego. Dicen creer en Dios, pero en realidad quieren convertir a sus egos -individuales y colectivos- en dioses bulímicos que, por mucho que devoren poder, nunca se sacian. Quieren lograr con dominación lo que no solo puede dar el amor. Dios solo puede hacer lo que el amor es capaz”.