Pocos conceptos resultan tan complejos de definir como el ego. No es cien por ciento malo ni bueno. En sí mismo no es dañino, en las proporciones adecuadas nos ayuda a luchar, a tener una personalidad fuerte y abrirnos camino en la vida.
En este tema, la clave es encontrar el equilibrio. El problema del ego está cuando se desbordan los niveles y las personas anteponen, por completo y sin ningún tipo de trabas, sus creencias e intereses ante los demás. En especial, cuando se consideran por encima del resto y carentes de empatía.
En pocas palabras, que sus opiniones y creencias son las correctas y todos los demás están equivocados. Y es ahí cuando se cruza la línea. Son los perfectos jueces, los elegidos para evaluar y criticar a los que están alrededor sin ver las vigas que están incrustadas en sus ojos.
Debemos entender que un ego muy elevado es una máscara social, un papel que nos aleja cada vez más de lo que somos de verdad. Y, aunque no lo creamos así, esta máscara necesita halagos, aprobación de los demás, tener el control de las situaciones y personas. En pocas palabras, quieren tener el poder porque en lo más profundo de su ser hay temor, resentimiento y dolor.
Los especialistas de la conducta concuerdan al afirmar que el ego es lo que más peso tiene en la personalidad de las personas cuando no escuchan la opinión de los que le rodean, siempre creen tener la razón, pecan de egoísta y les cuesta ponerse en el lugar del otro porque siempre anteponen sus deseos, cayendo presa con frecuencia del estrés y la ira.
Día a día, podemos toparnos con muchas personas con diferentes tipos y niveles de ego que pueden incidir en nuestro bienestar. Ellas, con o sin intención, pueden arruinar el momento con sus palabras y es ahí donde debe entrar en juego nuestra inteligencia emocional para que no nos dejemos arrastrar al terreno al que nos quieren llevar.
La realidad es que es imposible tener el control de todo, pero si podemos controlar cómo lo externo puede influir en nosotros. Saber escuchar, evaluar y valorar las palabras de los demás es un ejercicio constante. Debemos estar abiertos a crecer a través de los demás, pero también a tomar y dejar, según las circunstancias.