Las notas publicadas hasta ahora desde el día 14 de abril contienen, digamos, consideraciones sobre la escritura, que puede ser vista como una manera de sacar cosas de adentro y ponerlas fuera con un fin utilitario, creacionista o estético.
La escritura es, como la veo desde mi jardín, útil para los que no son dados a hablar, no pueden hacerlo sin temor o no lo hacen porque cuando no tienen nada que decir prefieren callar.
Esta manera de decir o de exponer mediante un procedimiento capaz de resistir la tendencia del viento de arrastrar las cosas livianas, como el aire, ha tenido sin embargo grandes opositores, Platón entre ellos, si nos acogemos al conflicto moral que trasluce el Fedro, en el que pone en boca de Sócrates una denostación de la escritura como soporte de la sofística o por dañina de la capacidad para memorizar.
En su tiempo tampoco era fácil el oficio de escribir. Tal vez contaba con un esclavo, un discípulo o colaboradores anónimos para ayudarse, porque escribió bastante a pesar de la mala opinión que trasluce en el referido diálogo.
Hoy día las críticas, y hasta los temores, contra la escritura se vuelcan sobre la denominada inteligencia artificial o aplicaciones informáticas para la elaboración de textos.
Tal vez la única o verdadera deficiencia de este recurso para alcanzar la lógica de la lengua no sea más que su tendencia a realizar arqueología de contenidos y entregar resultados sin decir de dónde salieron. De este modo, lo que no se le tolera a escribidor alguno sin acusarlo de plagio, se le acepta a un algoritmo.
Después de todo, el lenguaje, la facultad sobre la que son articuladas las lenguas y sobre estas el habla, tiene una trama lógica que puede ser automatizada con los recursos puestos a la mano por la tecnología actual.
La escritura como memoria externa permitió, entre muchas otras ventajas, la ampliación de los conocimientos y burlar los efectos del tiempo.
Ninguna vida hubiera sido bastante extendida para traer a nuestros días de viva voz el relato más antiguo del diluvio, al que se le atribuye una antigüedad superior a los cuatro mil años; la apología de Sócrates o el breve relato de la Atlántida, ambos de una antigüedad respetable si sabemos que fueron escritos por Platón.
Escribir ha sido siempre una artificialidad del pensamiento y de la palabra. Para los escribidores de generaciones maduras la escritura de factoría, propuesta por las máquinas dotadas de sistemas informáticos, es monstruosa; para las generaciones emergentes será su atmósfera, el agua del pez, su ambiente natural.
Describir, exponer y contar son cosas diferentes. Para relatar no siempre son necesarias las destrezas de la escritura, particularmente si se hace a viva voz, como en los poemas homéricos originales.
Pero sin duda, como hemos dicho desde el principio, escribir, y hacerlo bien, no es fácil, no importa quien diga lo contrario.