Hace unos días regresé al país y una desagradable experiencia en el aeropuerto me hizo conectarme de inmediato con la cruda realidad criolla.
Irritaban una bulla insoportable causada mayormente por empleados aeroportuarios voceándose unos a otros; calor y un retraso larguísimo del equipaje, pese a que solo había un vuelo recién llegado; la notoria displicencia de muchísimos vagos uniformados… Un brindis de ron rechazado por la mayoría de los pasajeros, extenuados tras casi nueve horas de vuelo y la espera previa en el aeropuerto de salida, motivaba a distintos empleados del aeropuerto, desocupados por el retraso de las maletas, a mezclarse entre los pasajeros con impudicia tras tomarse ellos los tragos.
¡Qué feo espectáculo! Pero la cereza del postre fue llegar finalmente a la inspección de los tiquetes del equipaje y escuchar la aguardentosa solicitud de “¿no aparecerá una propinita?”.
Negarme fue “castigado” enviándome a un chequeo en evidente complicidad con inspectores de aduana. ¡Qué horroroso arribo! La desfachatez sugiere que es habitual ese comportamiento tan descompuesto. ¡Pobres turistas, pobre país!