Crecí escuchando la frase “mi familia es pobre, pero honrada”. Esta afirmación se hacía mirando a los ojos y en voz alta. La expresión iba seguida de un golpe en la mesa o un fuerte zapateo.
Una inequívoca muestra de orgullo.
Ser honrado era la más preciada de las virtudes para el dominicano común.
Hoy día, por el contrario, los antivalores están en su apogeo, y si bien este es un fenómeno global, República Dominicana ocupa un lugar cimero en este oprobioso escalafón.
No es extraño ver gente que, conscientes de que este es su tiempo, le restriegan en la cara a los demás, incluidos compañeros, amigos y familiares, lo bien que les va en sus andanzas por el lodazal y de todo lo que son capaces de conseguir jodiendo a otros, robando lo que no es suyo, recibiendo un sueldo sin trabajar… La falta de escrúpulos para ellos es una virtud.
La competencia de ahora es por demostrar quién tiene más; con cuáles artes o mañas lo ha conseguido es lo de menos.
En el caso de muchos hombres, no solo entre ciertas lacras que se hacen llamar “artistas” urbanos, lo más “importante” es cuánto tienen en la cartera, el modelo del carro, la fama, las modelos de alquiler que pueden exhibir (aunque luego no puedan responder ni con Viagra).
Y entre ciertas mujeres de pequeños cerebros, pero con grandes mamas y glúteos de silicona, lo relevante no es el conocimiento, ni su calidad como hijas, madres, estudiantes o profesionales, sino lo bien que se ven, la ropa que usan, la yipeta que compraron y a los sitios donde van (gracias al sudor de su vagina).
En el barrio, las ‘chapeadoras’ son vistas hasta con “admiración”. Ninguna se avergüenza de su fama, aparentemente.
El corrupto, el avivato, es considerado por muchos no como la basura que es, sino como un exitoso, el tipo a imitar, alguien con quien es mejor estar frío.
Y en las conversaciones íntimas, como en cualquier ambiente público, este energúmeno se jacta de ser un “tíguere” que sabe buscarse “lo suyo”. Algunos hasta se hacen llamar ‘lobistas’.
Y no faltan quienes -a cambio de migajas- defiendan públicamente su “honorabilidad”. Este tipo de gusano confunde la sinceridad con el descaro y la vileza. Y sin tapujos suele decir: “pues yo sí no soy hipócrita, yo me la busco como un toro, lo mío es claro”. ¡Qué pena!