Las torrenciales lluvias registradas en el país en los últimos días han traído como consecuencia el desbordamiento de ríos, arroyos y cañadas, caso que no es fortuito sino que tiene su origen en la mano depredadora del hombre que ha destruido sus lechos y sus riberas en procura de materiales para la construcción.
De manera sostenida e incesante, desde hace alrededor de 51 años se inició está práctica criminal de extraer materiales del lecho de los principales ríos del país, para sus materiales destinarlos a la construcción.
Precisamente fue a inicio del primer gobierno del fenecido presidente Joaquín Balaguer que se dio rienda suelta a la extracción de materiales de nuestros principales afluentes a nivel nacional, por parte de muchos que rodeaban al entonces al gobernante de turno.
Pero no solamente se destruyeron los lechos de los ríos, sino también sus cauces al derribar primero con hachas y machetes y luego con equipos mecánicos las zonas boscosas que bordeaban y protegían esos afluentes, para penetrar con sus camiones directamente a sus lechos para “cómodamente” extraer arena, grava, gravillas y otros materiales.
Ríos como el Nizao, Yubazo, y Nigua, en la provincia San Cristóbal, o el Yuna, en Bonao, el Camú, en La Vega el Yaque del Norte, en Santiago, y muchos más, pasaron a convertirse de grandes afluentes en riachuelos, los caudalosos arroyos en simples cañadas y las cañadas desaparecieron por completo.
Hoy no debe sorprendernos que por un par de días de torrenciales lluvias nuestros principales acuíferos abandonen sus lechos se desborden y abandonen su cauce natural y sus embravecidas aguas arrasen con todo lo que les queda a su alrededor y a su paso.
Si las antiguas autoridades de la llamada Dirección General de Foresta hubiesen cumplido con su rol de proteger los recursos naturales, hoy los estragos ecológicos a los que estamos expuestos en el presente y el futuro fueran mínimos.
Pero no vamos a buscar culpables, pero si después de los gobiernos de Balaguer, se hubiese enfrentado con rigor esta práctica la situación ecológica del país fuera otra y no observáramos con pavor como los ríos se desbordan y arrasan con cultivos, puentes, carreteras y viviendas.
Sin embargo, a esta práctica no se le prestó atención, y al contrario la misma continuó viento en popa ante la mirada pasiva de las autoridades que le sucedieron, y hoy vemos los resultados: caudalosos ríos aniquilados, sus lechos llenos de piedras, arena y polvo y cuando llueve torrencialmente el agua de correntía se convierte en una amenaza para cultivos y sus más cercanos pobladores.
Pero las manos desaprensivas no solo han aniquilado los ríos, sino que también los denominados terratenientes que dedican parte de sus predios a la crianza de ganado vacuno han talado decenas de tareas, para dedicarlas a la siembra de pastos para alimentar sus reses.
Y todo esto ha sucedido, porque a nuestras autoridades de ayer y de hoy a unas les ha faltado el coraje para enfrentar esta situación y otras se han mostrado complacientes con ciertos sectores, sin importarles que a las presentes y futuras generaciones ecológicamente estén amenazadas.
Además de los depredadores de ríos, tenemos los que planifican carreteras por nuestras montañas dizque para acortar distancias entre una región y otra, sin importar que esto conlleve la devastación de una extensa zona boscosa, o los que destruyen grandes extensiones de manglares en determinadas zonas costeras para convertirlas en playas.
Hoy también tenemos unos nuevos depredadores que ahora ponen sus ojos en nuestras montañas y talan grandes extensiones de terrenos para destinar sus predios a la construcción de villas personales o comerciales.
Pero aun siendo optimista, ya se ha hecho un poco tarde para tomar medidas heroicas que conlleven a la preservación de nuestros recursos naturales, sencillamente porque hay muchas islas de poder y los chivos andan sin ley.