Desaliento y esperanza

Desaliento y esperanza

Desaliento y esperanza

Roberto Marcallé Abreu

Para mí fue una sorpresa inesperada. Confieso que ese hecho tan amargo y triste del que acababa de ser testigo me provocó una sensación de profundo abatimiento que ahora mismo me desalienta los ánimos y ensombrece mi espíritu.

Eran como las diez de la mañana de este sábado último. Abandonaba una pequeña farmacia situada en la avenida Sarasota. Algunas personas entraban y salían apurados del lugar ante la proximidad del toque de queda.

Casi entraba al auto cuando me percaté de la conmoción.
Un señor de pelo canoso, entrado en años, de tez oscura, una abatida camisa a cuadros convulsionaba con movimientos bruscos, estremecedores contra el piso de hormigón y tierra. Se golpeaba el rostro y la sangre brotaba de su frente y de sus labios. Pese a su condición hacía esfuerzos desesperados por hablar, mientras señalaba hacia la entrada de la farmacia.

Algunos nos acercamos. Alguien pareció comprender lo que balbuceaba y corrió hacia el establecimiento, tal parece que a buscar ayuda, procurar algún medicamento o llamar a los servicios públicos.

La imagen de ese desventurado me ha perseguido hace muchas horas. No he podido liberarme de esa hosca sensación de sufrimiento e impotencia. Tomé asiento frente a una ventana cuando llegué al apartamento y desde entonces una amarga tristeza me mantiene casi en un estado de parálisis.

Recordé, años atrás, la imagen de una muchacha muy joven que me resulta imposible olvidar. El país estaba siendo embestido por una tormenta que provocó devastadoras inundaciones y daños terribles en diversas regiones del país.

La joven –no podía pasar de los veinte años- llevaba una niña en brazos. Su rostro era de angustia y desesperación.

Tras ella, uno veía varias casuchas construidas con materiales de desecho que se tambaleaban peligrosamente ante la violencia de los vientos y el interminable aguacero. A pocos metros, una corriente de agua marrón se desplazaba con una agresividad inusitada y ruidosa.

Era previsible que todo el lugar fuera barrido por la furia de los elementos.
Creo que en mi vida no he visto una mirada más triste, indefensa y desesperada que la de esa muchacha y la niña que llevaba en brazos.

¿Qué habrá sido de esas personas que parecían aguardar, indefensos, la inminente tragedia que los arrasaría en cualquier momento?
Es la misma incertidumbre que me desconcierta y abruma que aprecio en tantos lugares cuando uno se desplaza al interior.

Hombres, mujeres, niños que gritan airados en las calles pidiendo atención, solicitando un puente, que se repare un tramo de carretera que se ha hundido, un camino vecinal que es un lodazal, el servicio de energía eléctrica, un acueducto.

Sus rostros se vuelven cada vez más airados y sus gritos y quejas más violentos. Uno cierra los ojos y solo recuerda caminos imposibles y vehículos hundidos en el fango, tanques en las puertas de las casas a la espera de los negociantes del agua, minúsculos negocios clausurados porque la carencia de energía les daña los productos.

Y, junto a esta desdicha de una cotidianidad tan amarga, los antisociales que a punta de pistola les arrebatan las carteras, los teléfonos y los motores a quienes circulan por las calles a cualquier hora de la madrugada o del día.

Truhanes que, agresivos, entran a los negocios y despojan a los clientes de sus posesiones y les roban dinero y productos con injurias y amenazas a los sacrificados propietarios.

Jovencitas que son secuestradas por adultos, muchachas que son asesinadas por hombres que han perdido el norte, desaparecidos, niños y adolescentes que deambulan por las calles, abandonados a su suerte. Droga y bebidas adulteradas.

Y la pandemia, ahora, que día tras día mata a tanta gente en capacidad de seguir aportando sus capacidades y talentos a un país que los requiere con urgencia.

Deudas infinitas, robos inconcebibles, una pobreza humillante, una desprotección que no tiene nombre, ese es el panorama que han heredado las actuales autoridades y que se esfuerzan incansables para que el país retome su camino.



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