Desafía con una pistola a un jefe de policía en el club de oficiales

La inestabilidad política y social prendió en la sociedad dominicana tras el ajusticiamiento en 1961 del tirano Rafael Leónidas Trujillo Molina. La inesperada situación dio lugar a que los guardias (Ejército, Fuerza Aérea, Marina de Guerra) y Policía Nacional -brazos represivos del Estado- salieran a las calles a enfrentar la rebeldía y el ansia de libertad contenida de los dominicanos, los cuales comenzaron a expresar sus descontentos en las calles a través de gremios, escuelas y la universidad estatal.
La situación era convulsa. Generaciones de dominicanos ignoran y se muestran incrédulos ante estos hechos que no vivieron. En ese entonces se activaron los partidos y organizaciones políticas que habían sido proscritas y las que operaron en el exilio durante los 30 años de la dictadura trujillista (PRD, Unión Cívica Nacional-UCN, 14 de Junio, Movimiento Popular Dominicano-MPD, Partido Comunista Dominicano-PCD y otros).
La vida no fue igual. Se vivieron momentos difíciles y sucedieron acontecimientos inéditos que sacudieron el quehacer político nacional. En tanto, sucedía una serie de golpes de Estado militares y la incertidumbre, el desasosiego y la inseguridad perturban de manera casi permanente las administraciones del gobierno.
La juventud de la época tenía poca alternativa para lograr su desarrollo laboral. Muchos jóvenes que no quisieron quedarse a laborar la tierra en sus pueblos, emigraron a la ciudad y algunos incluso optaron por enrolarse a la guardia o a la Policía Nacional. Eso ocurrió en el caso de Bernardo Reyes Espejo (Behin), quien emigró de Tamayo y se enlistó en el Ejército Nacional, mientras su primo Héctor Reyes Vólquez vino con su madre de crianza para la capital, donde luego de “tiguerear” en las calles realizó cursos técnicos de secretariado y contabilidad en un instituto del barrio, luego se enroló en la Policía.
Tras caminar varios pueblos, ciudades como miembro del Ejército Nacional, Behin logró luego su traspaso a las filas de la Policía Nacional, institución que lo asignó para prestar servicios en la ciudad de Santo Domingo, otrora Ciudad Trujillo.
Dos primos bellacos
Behín se encontró con su primo Héctor en la capital. Esta ciudad, una acogedora maravilla del Caribe, atravesaba una tensa situación a causa de las protestas y los reclamos de libertad que se escenificaban en sus calles.
Siendo ambos policías en la capital, los primos Héctor y Behín, nacidos en Tamayo, se juntaron para desde la policía sobrevivir, mantener a sus familias y realizar algunas bellaquerías. Según relataron, aprovecharon los “toques de queda” para salir juntos a patrullar por su propia cuenta, sin instrucciones, ni la supervisión de ningún superior. Eso ahora parece algo imposible. Pero era tal la situación de anarquía e indisciplina reinante, lo cual dio lugar a que agentes policiales llamados a mantener el orden público, muchas veces actuaban por su propia cuenta.
En una oportunidad, el gobierno de turno nacido de un Golpe de Estado, declaró “toque de queda” a nivel nacional, lo que implicó que la ciudadanía debió recluirse en sus hogares a partir de las seis de la tarde y hasta las seis de la mañana. En medio de esa situación Héctor y Behín integraron su propia patrulla y salieron pasada las diez de la noche a rondar por las calles de los principales barrios capitalinos, como San Carlos, Ciudad Nueva, avenida Mella y zona colonial.
Los “toques de queda” y bellaquerías
Detonaciones de disparos se escuchaban esporádicamente en distintos puntos de la ciudad. Eso hacía sumamente peligroso el desplazamiento nocturno.
Tanto Héctor como Behin contaron que ellos, en su periplo, vieron que en San Carlos una pareja se mecía plácidamente en sus cómodas y elegantes mecedoras, colocadas en la acera de la calle para afrontar el fuerte calor del momento. Estos dos policías llegaron hasta donde ellos, les pidieron que entraran a su casa y respeten el decreto del “toque de queda”. –“Oigan, nos excusan, pero ustedes se exponen al peligro, entren a su casa y respeten el toque de queda del gobierno”, dijeron.
La pareja se resistió, no hizo caso, alegó que estaban en la acera de su casa y que “el gobierno ilegal y de facto” no manda en ellos. De inmediato surgió allí la mentalidad del policía de la época y Héctor insistió diciéndole a los esposos que entraran, que era por su bien, por su seguridad y para que se eviten problemas, o que de lo contrario, se verán obligados a llevarlos detenidos.
-“Hagan lo que ustedes quieran, pero nosotros no nos vamos a mover de aquí”, respondieron.
Héctor, el más bellaco de los dos, pidió a Behin alejarse de la pareja, y entonces, sin pensarlo mucho, sacó su revólver y disparó a las mecedoras de la pareja. Estos dieron un salto increíble y cayeron de bruces detrás de un mueble de la casa. El silencio rodeó el ambiente.
-“No dizque no iban a entrar”, expresó Héctor. Siguieron su camino y más adelante se encontraron con otra pareja que discutía acaloradamente en el interior de su hogar. Héctor y Behin pasaban por allí y les dijeron a estos que callaran su bulla, que no dejaban dormir a los vecinos. Desde el interior, les respondieron que se vayan al carajo que ellos hacían lo que quisieran en su casa.
La respuesta fue una andanada de tiros a través de una ventana por parte de estos policías. Luego, un silencio total reinó en el sector. Al otro día, estos, muy preocupados, acudieron a las páginas de los periódicos para verificar si reportaban casos de heridos o muertos en esas calles.
Un viejo amigo jefe de policía
Otro agente que terminó luego siendo jefe de la Policía, José Paulino Reyes de León, se sumó en sus inicios policiales a estos “patrullajes independientes”. Reyes de León era un estrecho amigo de Héctor y siendo mozalbetes eran vecinos en un barrio de la capital y “tiguereaban” juntos, pero también estudiaron secretariado y contabilidad en el mismo instituto técnico.
Al ingresar a la policía estos estrecharon aún más su vieja amistad. Cuéntase que eran tan cercanos que la madre de Reyes de León acudía a Héctor para resolver problemas de su casa. –“Héctor, la vieja tiene problemas y yo no estoy en la casa, resuélveme eso, por favor”, decía Reyes de León.
Cuando ingresó a la Policía, Reyes de León mostró habilidades que lo llevaron a lograr ascensos rápidamente. En tanto, Héctor entró al área de contabilidad de la Policía, donde dio muestra de pleno conocimiento y liderazgo, pero nada de ascender de rango.
Aparte de sus conocimientos de contabilidad, Héctor desarrolló una destreza innata en el “manejo de las pistolas” en lo que se convirtió un “maestro del tiro al blanco con pistola”. Llegó un momento en el que ya a Héctor no se le permitía competir en los concursos de tiros que realizaba a lo interno la policía, en razón de que siempre ganaba el primer lugar.
Pasado el tiempo, Reyes de León escaló y fue ascendido a jefe de la Policía. La designación alegró mucho a Héctor, quien en medio del alborozo disfrutaba que su amigo de muchos años logró ascender al máximo escalón policial y esperaba que eso le ayudará a él a también ascender como oficial capacitado y leal a su institución.
Pero no fue así, éste se quedó esperando un nuevo ascenso promovido por su amigo de toda una vida, pero nada. A su departamento de Contabilidad llegaban jóvenes que rápidamente conseguían ascensos, incluso algunos por encima de él. Eran hijos de oficiales policiales y funcionarios amigos de Reyes de León.
La situación llevó a Héctor a reclamar a su jefe, a su amigo, que lo ayude con un ascenso, pero todo se quedó en promesas.
Un temible ejemplo familiar
Héctor, delgado y de buen tamaño, era una persona amable, comprensible y de poco hablar, un auténtico Vólquez, una familia que se caracterizó en Tamayo por tener hombres guapos, “como abejas de piedra”. No temía a nada. Siempre estaba dispuesto a zanjar por vía de las armas cualquier situación, temperamento alimentado por su experiencia en las calles, como tíguere del barrio, agente policial y herencia familiar. Héctor, hijo de Silvestre, hermano de mi padre Eloy y sobrino de Francisco Vólquez (Franciscolo), no barajaba pelea.
La familia Vólquez se había caracterizado en el poblado por enfrentar sin temor las situaciones difíciles. Todo comenzó cuando a Franciscolo le mataron su hermano, Federico, mi abuelo, y cuando se enteró mientras trabajaba en su conuco, fue a su casa y entre los gritos de la familia, éste, sin inmutarse, vistió ropa, zapato y sombrero blanco, y sombrero de pana tipo Panamá, también blanco. Puso su machete al cinto y sin emitir ni una sola palabra, montó en su caballo y se retiró de allí cargando con las críticas de los presentes, en el sentido de que creían que iría a una fiesta y que no le importó la muerte de su hermano.
Pero no fue exactamente así, Franciscolo regresó par de horas después con su ropa blanca teñida de sangre. Comenzaron de nuevo los gritos porque pensaron que había sido herido. Pero no, éste fue a buscar al matador de su hermano y lo mató. –“Llévenme a Neyba que voy a entregarme, maté a quien mató a mi hermano”.
Héctor parece que heredó ese ejemplo familiar y en una oportunidad, mientras tomaba tragos en el club de oficiales, en la sede del Palacio de la Policía, entró al lugar el jefe de la institución, el mayor general José Paulino Reyes de León (1981-1982). El teniente Vólquez, que era como se le llamaba en la institución, se paró de su mesa y vociferó:
-“Llegó el traidor, usted es un maldito traidor, un hijo de…”. Éste, visiblemente afectado por el alcohol, rastrilló su pistola de reglamento y apuntó al alto oficial. Reyes de León, quien conocía la habilidad de Vólquez en el uso de la pistola, imploró a los presentes, que también sacaron sus armas, a que la guardaran. –“Guarden esas armas, este asunto se resuelve entre Vólquez y yo, guarden sus armas…”.
Un ambiente de alta tensión reinó en el club. Tuvieron que llamar a un compadre y amigo común para que fuera a hablar con el teniente Reyes Vólquez, quien lo convenció de bajar el arma y entregarse por ofender a un superior. Y así lo hizo.
Un par de meses después, el teniente Reyes Vólquez fue ascendido y jubilado.
*El autor es periodista.