República Dominicana vive en una economía rentista que ha aplicado una guerra de exterminio en contra de la población. Subdesarrollo crónico, niveles altísimos de pobreza, exilio económico, viajes en yola, migraciones masivas a las ciudades son algunas de sus manifestaciones.
Lo decía hace años André Corten, lo explicaba en días pasados Pavel Isa Contreras. En la economía rentista el énfasis está en la captación de ganancias, no en su producción, y los sectores beneficiados son aquellos que se ubican en ciertos puntos estratégicos del circuito económico: quienes monopolizan los recursos básicos, el comercio y la intermediación financiera.
Los dueños de esos sectores logran -con poder e influencia- que las políticas económica, tributaria y salarial les favorezcan. En el rentismo el beneficio no se obtiene por ser más productivos, por generar más riquezas, sino por la diferencia que exista entre el costo y la venta. De ese modo, las economías rentistas suelen tener altos precios, altas tasas de interés, bajos impuestos a los ricos y bajos salarios para las mayorías trabajadoras.
En República Dominicana el rentismo se ha presentado como lo que hemos llamado “modelo improductivo e importador”. El nuestro es un modelo donde los que ganan producen poco bienestar, generan pocos empleos y pagan malos salarios. La presión fiscal es una miseria, no más del 14%, y así ningún Estado, por bien administrado que sea, puede funcionar ni garantizar derechos ni vida digna.
Al observar cuáles son las actividades que más han crecido entre 2012 y 2016, se destacan la Intermediación Financiera, las Comunicaciones, el Transporte y la Construcción. Casi todos estos sectores tienen las características antes mencionadas. Construcción -entre todos el que más empleo genera- se caracteriza por la sobreexplotación de los trabajadores a sueldos de hambre, mientras se producen bienes que se venden a precios astronómicos. Al observar cuáles actividades han producido gran cantidad de divisas, se destacan las zonas francas, el turismo y el agro: todas con salarios de ley puestos al nivel de la pobreza, y/o con exoneraciones fiscales.
Por otro lado, mientras el gobierno celebró con júbilo los 451 mil empleos creados entre 2012 y 2016, la realidad es pesimista: una pobre fracción de esos empleos se crearon en sectores generadores de riquezas (industria, agropecuaria) y la inmensa mayoría se creó en el comercio y los llamados “otros servicios”. Empleos pobres, empleos desechables. Empleos de “peor es nada”. Además, el crecimiento del empleo fue casi igual al crecimiento de la población. Por eso la tasa de desempleo casi no baja.
En esa realidad, los salarios son la manifestación de un despojo, porque el capital está protegido para llevarse todo el beneficio. Mientras en 1996 el 48% del PIB se destinaba al pago de salarios, hoy es solo el 27%. Pero a los representantes del CONEP les gusta decir que no hay dinero para aumentos, que las empresas quiebran y se producirá inflación. Sin embargo, el panorama es claro: No falta el dinero, lo que pasa es que la ganancia se queda en más pocas manos. Esto se confirma con el dato aportado en 2015 por la CEPAL: En República Dominicana el 10% más rico se queda con 40 veces lo que gana el 10% menos rico.
¿Es bueno el aumento del 20% al salario mínimo? Sí, sabiendo que alrededor del 75% de los trabajadores dominicanos gana no más de 15 mil pesos y la canasta familiar promedio ya cuesta 29 mil pesos. ¿Es suficiente ese aumento? No, sabiendo que los trabajadores de hoy ganan un 18% menos en ingresos reales que lo que ganaban en 1999, y que su productividad es hoy 50% mayor que a fines del siglo XX. Por eso hemos dicho que al trabajador se le debería retribuir con un reajuste mayor; sería lo justo.
Pero ni hablar de la situación de los trabajadores del turismo, la construcción o las zonas francas, donde el reajuste ni se va a ver en los velorios. En las zonas francas, por ejemplo, los trabajadores están ganando sueldos de entre 7000 y 8000 pesos, mientras producen hoy el doble de lo que producían hace 20 años. La situación en esas actividades económicas es dantesca, y el despojo es brutal.
Las MIPYMES aducen que su situación empeorará con un aumento salarial. A ellas debemos explicarles que su problema real no es lo pagado en salarios, que al fin y al cabo es destinar más recursos a su propio mercado. Su problema real es la economía rentista expresada en el modelo improductivo e importador, en el cual ellas no reciben prácticamente ningún incentivo fiscal; los tratados de “libre comercio” las bombardean; las empresas grandes que contratan sus servicios o compran sus productos les pagan tarde y mal; el sector financiero las castiga con altísimas tasas de interés; y el mal llamado “sistema de seguridad social” en el cual deben invertir dinero en realidad es un fracaso en manos de los mismos bancos, que no resuelve ningún problema, no da garantías y las sobrecargan en costos. En resumen, su problema no son los trabajadores y sus salarios: su problema son los ganadores de este modelo económico fallido.
Hoy en día, ante el aumento del 20% al salario mínimo no sectorizado, los grandes empresarios deben actuar en forma patriótica. No escudarse en argumentos sobre lo que sucedería a las MIPYMES y dar el ejemplo, no impugnando el incremento y demostrando con hechos concretos y reales que están comprometidos con un país en paz, con democracia y con institucionalidad. Que den ese mensaje al país y se comporten con el “liderazgo” que tanto proclaman.
Por último ¿deben el país y su gente seguir optando entre un trabajo mal pagado o que cunda el desempleo? No. Creemos que hay otra salida: políticas económicas que de verdad apunten a cambiar el modelo. Es lo que hasta ahora nunca se ha hecho, es lo que sigue pendiente. Y para eso deben unirse los trabajadores, las MIPYMES, los medianos y grandes empresarios patriotas, las mayorías, y todos a los que les duele este país. El problema del rentismo no es solo económico, es político también, es cambiar en manos de qué sectores está todo el poder. Derrotar los salarios de hambre es cambiar y reconstruir las reglas del juego