Derroche. Así se titula la bella y galardonada canción de nuestro Manuel Jiménez, que ha sido interpretada por las más aplaudidas luminarias de la música popular del continente.
Pero si usamos el mismo término para describir el bochornoso escándalo en que se revuelca impunemente el servicio diplomático dominicano, la mentada palabra “derroche” se queda corta.
El vergonzoso caso es denunciado y debatido por toda la prensa y los medios electrónicos de comunicación, una y otra vez. Parecería, pues, una necedad y una falta de originalidad de mi parte seguir machacando en el mismo clavo, pero aún así me resulta imposible sustraerme del comentario que sume en el estupor colectivo a toda la sociedad.
Se pregunta uno si con el nombramiento de miles de vagos para que cobren un cheque todos los meses sin hacer nada se estará pagando una deuda política del partido oficialista en beneficio de lo que queda del reformismo.
Pero sea cual sea la explicación, nadie comprende cómo el presidente Medina sigue “mirando para otro lado” y no asume con la responsabilidad que se le atribuye la tarea de limpiar esa guarida de chupacheques que es la Cancillería dominicana, que según cálculos publicados por la prensa hace pocos días, le cuesta al país la friolera de seis mil millones de pesos al año, o sea 500 millones mensuales, o lo que es lo mismo 16 millones diarios, o setecientos mil cada hora, pesos más o pesos menos…
Presidente Medina, no cargue usted con esa culpa ajena. ¡Resuelva eso de un solo plumazo!