A menos de un mes para las elecciones presidenciales y congresuales en República Dominicana, la paz, la certeza y la confianza en torno al proceso electoral predominan en el ambiente nacional.
Son éstas, manifestaciones claras y precisas de que la sociedad dominicana crece y madura y de que sus metas están cifradas en la estabilidad, el desarrollo y el progreso.
Una nueva oportunidad convoca a los dominicanos a acudir a las urnas, de las que habrán de salir los ganadores de la presidencia y la vicepresidencia de la República, de 32 senadurías y de 190 puestos en la Cámara de Diputados, para el período constitucional 2024-2028, que inicia el 16 de agosto próximo.
Sin mayores sobresaltos, contrario a otras naciones que también están envueltas en procesos electorales y otras, en situaciones bélicas u otros tipos de conflictos locales o internacionales, el país marcha hacia la consolidación de su proceso democrático en una expresión inequívoca de que lo transitado ha valido la pena.
A nadie le cabe dudas de que el país debe seguir creciendo hasta alcanzar los encantos y beneficios de la democracia plena, en la que hay una mejor distribución de las riquezas y niveles de equidad, pero tampoco, de que hay esfuerzos mancomunados entre Estado, empresarios y organizaciones de la sociedad civil, pero, más que nada, en el espíritu de la población, para lograrlo.
Por eso, el domingo 19 de mayo, 8 millones 145 mil 548 dominicanos y dominicanas, residentes en el país y en otras partes del mundo, que han sido convocadas a las urnas, se saben conocedores de un compromiso con la democracia, con sus familias y con ellos mismos.
Ahora que me refiero a esto, recuerdo episodios político-electorales de mi niñez y de mi adolescencia: corría el 1970 y el 1974, en vísperas, durante y después de las elecciones nacionales que en esa época eran el 16 de mayo cada cuatro años, cuando veía personas con uniformes y armas largas que ocupaban calles y barrios como los míos 24 de Abril y ensanche Espaillat, ambos en la zona norte de la ciudad de Santo Domingo.
El miedo y la incertidumbre se apoderaban de los hogares dominicanos. Las madres oraban para que los varones retornaran sanos y salvos; suplicaban a las hembras que no salieran a ningún lado y eran los adultos los que solían asumir las responsabilidades externas “saliera pato o gallareta”, para que los jóvenes estuvieran protegidos.
Ha pasado mucho tiempo, desde que en el año 1978 comenzó a escribirse en el país una nueva historia política de libertad, que se ha venido consolidando de más en más y que, felizmente, no tuvo retorno ni siquiera cuando en el 1986 volvió al poder el partido que gobernaba cuando predominaban aquellos días de terror y pánico a los que hice mención.
Todo ha cambiado. Somos otros. Hoy, las elecciones son “la fiesta de la democracia” en la que reina el entusiasmo, la participación, la creatividad, la idiosincrasia y, sobre todo, la voluntad de los dominicanos.
Ya existe la convicción, a nivel nacional e internacional, de que, incluso, cuando líderes y dirigentes políticos de cualquier litoral formulan denuncias, con fundamentos o sin ellos, también se ejerce y fortalece la democracia, entre cuyos sustentos figuran la existencia diversidad de conceptos, las diferencias con respeto y la tolerancia hacia los demás.
Por eso, es oportuno y prudente recordar la fecha, 19 de mayo, y asistir con las mejores galas de la responsabilidad y el compromiso a celebrar la democracia y a ejercer el derecho al sufragio, que es una de las pocas participaciones directas que posee la población en la construcción y el fortalecimiento de ese sistema político.
Votar, elegir, no es sólo un derecho, también es un deber ciudadano, para el mantenimiento de la democracia, la cual, como habría dicho Winston Churchill: “Es el peor de los sistemas políticos, a excepción de todos los demás”; o sea, no hay nada mejor.
Así que, en esta fiesta, celebremos no sólo la libertad de elegir, sino también nuestra responsabilidad de contribuir al proceso democrático. ¡Todos a votar!