Es motivo de escándalo y desaliento cuando una persona que se identifica como seguidor de Jesús cae en pecado o se sospecha que ha hecho algo indebido.
Resulta chocante e indigerible porque se espera que quien predique a Jesús viva como él vivió: mostrando y enseñando una vida de amor, respeto y servicio. Sin embargo, eso puede pasar en cualquier momento porque los cristianos, al igual que los que no profesan ninguna fe, son seres humanos propensos a fallar.
No es algo nuevo. Recordemos que quien entregó a Jesucristo para morir en la cruz fue uno de los discípulos de su confianza. Judas era tan cercano que fue el tesorero del grupo (Juan 13:29). Se sentaba a la mesa a comer con él, pero su avaricia lo llevó a traicionarlo.
Otro caso de avaricia, engaño y mentira aparece en Hechos, capítulo 5.
Se trata de la historia de Ananías y Safira, una pareja de esposos cristianos que intentó engañar a los discípulos llevándole una ofrenda correspondiente a la venta de un terreno que habían vendido por un precio superior al que dijeron.
Por eso continuamente diversos autores bíblicos, entre los que se destaca el Apóstol Pablo, aconsejan poner su confianza en Dios y no en los hombres, ya que algunos se dejan llevar de los deseos de su corazón.
“Puestos los ojos en Jesús, el autor y consumador de la fe, el cual por el gozo puesto delante de él sufrió la cruz, menospreciando el oprobio, y se sentó a la diestra del trono de Dios”, insta el versículo dos del capítulo 12 de Hebreos, un libro de autor desconocido, que algunos atribuyen a Pablo.
Siguiendo esa línea, 2 corintio 4:18 nos alienta “a no poner nuestra vista en las cosas que se ven, sino en las que no se ven; porque las cosas que se ven son temporales, pero las que no se ven son eternas”.
Recordemos que el evangelio, como dice 1 de Tesalonicenses 1:5, no llegó a nosotros en palabras solamente, sino también en poder, en el Espíritu Santo y en plena certidumbre; así que cuando alguno de un mal testimonio no nos desmotivemos ni dejemos de confiar en Dios, al contrario, profundicemos nuestro conocimiento en la palabra de Dios para que nos empeñemos en ser imitadores de Jesucristo y no de los hombres.