Un atributo de pueblos desarrollados, en sentido ético y espiritual, es su deportividad, o sea ajustar las actuaciones individuales y grupales a las mejores normas de corrección y respeto propias de cualquier actividad, no sólo el deporte.
El juego o competición entre personas o equipos, que requiere práctica, entrenamiento y sujeción a reglas para alcanzar la excelencia, o sea el deporte, es quizás la manera más sana para desfogar ímpetus y aprender cómo comportarse en otras actividades, hasta en la política.
Oigo muchas personas quejarse de que, en las redes sociales, nueva ágora del diálogo público, abundan añépidos, cacoerrolas, despistados, resentidos, troles, incordios e ignorantes de buena fe.
Dizque les falta instrucción o educación. Creo, en cambio, que les falta deportividad, que requiere actitudes aprendidas que trascienden la inteligencia o el conocimiento.
Que élites económicas apoyen vía CRESO a élites deportivas posee un efecto demostración enorme. Podrán disentir resentidos procurando acentuar enconos clasistas, pero nada como el deporte para compartir el orgullo dominicano sin importar condición socioeconómica, raza, sexo o edad.